La disputa por el territorio de Nagorno Karabaj, o Alto Karabaj, entre Azerbaiyán y los independentistas armenios que controlan la zona ha desatado un enfrentamiento bélico que se ha llevado puestas 2 treguas desde su inicio el 27 de septiembre.
Los actuales territorios de Armenia, Azerbaiyán y Georgia, en el Cáucaso meridional, eran parte del imperio zarista y tras la revolución de Octubre fueron incorporados a la URSS. El territorio de Nagorno Karabaj mantuvo un estatus especial dentro de la federación soviética, como territorio autónomo de mayoría armenia integrado al territorio de la República Soviética de Azerbaiyán. La descomposición de la URSS llevó a que se desatara un enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán a partir de 1988, y tras la caída de la misma, comenzó una sangrienta guerra que, a partir de la intervención de Rusia y el imperialismo, llegaría a un alto el fuego precario en 1994. Azerbaiyán es una potencia petrolera y de la extracción del gas, ligada a Turquía por el idioma y la historia. Armenia es un pequeño país montañoso de un poco más de 3 millones de habitantes, cuya industrialización avanzó con su integración a la URSS y luego retrocedió abruptamente con su caída, y recibe cuantiosas remesas de la llamada diáspora, unos 10 millones de armenios que viven fuera de esta república, luego de ser expulsados de Anatolia oriental por el imperio Otomano durante la 1º Guerra Mundial, a través del genocidio de más de un millón de personas.
Lo que caracteriza el actual período histórico es, por un lado, un tortuoso proceso de asimilación de los ex-Estados obreros al sistema capitalista y, por el otro, el avance de la descomposición imperialista que a la vez determina las dificultades para completar esa asimilación. En la coyuntura, esto se ve exacerbado por la desorientación del imperialismo yanqui, que no ha tenido ninguna política coherente en la región y está más bien sumido en su propia crisis económica y social interna y en la disputa electoral. Por su parte, la UE, que era la estructura supra estatal que supuestamente estaba destinada a organizar la asimilación de los ex Estados obreros de Europa oriental, está, en cambio, sumida en la negociación de la salida de uno de sus principales socios con el Brexit. Y ha quedado paralizada en su política para su frontera sur-oriental, por posturas divididas en cuanto a su relación con Turquía, cuya burguesía definió dejar de pelear por el ingreso al bloque europeo (lo que llevó a un intento de golpe de Estado en 2016). Esta división queda expuesta por las diversas posiciones en relación al avance turco en las prospecciones hidrocarburíferas en el Mediterráneo oriental, su política en Chipre, sus intervenciones en Libia y Siria y finalmente su posición de abierto apoyo al gobierno Azerí en la actual guerra en Alto Karabaj. Mientras el francés Macron pretende encabezar una política de mayor enfrentamiento al gobierno turco de Erdogán, con el apoyo del gobierno derechista griego, Merkel y el gobierno alemán prefieren una política de apaciguamiento. Sin embargo, es necesario decir que los obstáculos para la asimilación de los ex Estados soviéticos no están dados por una falencia en la política exterior, sino por el desgarramiento del proyecto imperialista europeo en sus bases materiales capitalistas, sobre todo a partir del estallido de la crisis de 2008. Actualmente, podemos hablar de una nueva crisis que es continuidad de aquella, pero no lineal, exacerbada por la pandemia y por las funestas consecuencias de la destrucción de conquistas obreras de las décadas anteriores, que utilizó la burguesía imperialista europea bajo la bandera de la austeridad para intentar dar una salida burguesa.
Frente a esta descomposición imperialista y a la errática política exterior de los Estados metropolitanos, la burguesía turca intenta diseñar su propia hoja de ruta como potencia regional, lo que podría llamarse un “imperio de opereta” con bases totalmente semicoloniales, no por ello menos brutal y asesino. A su turno, el bonapartismo de la protoburguesía rusa encabezado por Putín debe enfrentarse a las contradicciones que explotan en la periferia de su dominio estatal, como es el caso de la crisis en Bielorrusia, de la semiinsurrección en Kirguistán y de la guerra a que nos referimos en esta nota. Acá, nos parece interesante tomar la hipótesis de León Trotsky en relación a la restauración capitalista, que planteaba que la dirección contrarrevolucionaria que dirigiera los procesos de restauración, en su contradicción de no poder conformarse en clase, generaría, en su relación con las leyes tendenciales de la economía mundial, un caos capitalista. En este caso, se extiende a la periferia de la ex- URSS, donde los sectores provenientes de la burocracia estatal y la pequeña burguesía de estos países pujan por el control territorial bajo el ropaje de argumentos de derecho internacional e ideologías nacionalistas para intentar establecer nuevos Estados, sin duda semicoloniales, buscando un equilibrio entre las diferentes fuerzas internacionales circundantes (tanto Armenia como Azerbaiyán pertenecen a un sinnúmero de coaliciones internacionales de posguerra) en un período de decadencia capitalista y, por lo tanto, de decadencia de la forma estatal de dominación burguesa, el Estado-nación.
Frente a la guerra actual, que ya cuenta decenas de muertos, cientos de refugiados y el bombardeo de importantes ciudades de Alto Karabaj y Azerbaiyán, algunos grupos e intelectuales proponen volver a los “valores cosmopolitas e internacionalistas” del Estado soviético como solución para conquistar la paz entre los pueblos. Las bases marxistas del programa revolucionario, que guió a los bolcheviques a tomar el poder y desarrollar la experiencia de la URSS como forma estatal de la dictadura del proletariado, niega que un programa se base en ideologías. Porque es el ser social el que determina la conciencia y no al revés. El problema de las minorías nacionales que estaban atrapadas en la entonces llamada “cárcel de los pueblos”, el imperio Zarista, fue tomado con mucha seriedad por Lenin. Estas naciones oprimidas vivían bajo condiciones de atraso en su desarrollo económico y social. El llamado de los comunistas, materializado en los Congresos de la III Internacional, era a integrarse a una Federación de Repúblicas Socialistas en una alianza revolucionaria con el proletariado ruso para superar ese atraso a través de formas socialistas de organización económica y social, comprimiendo las etapas históricas. La transición del capitalismo al socialismo bajo la dirección del proletariado a través de su dictadura, esas fueron las bases materiales que permitirían la reorganización democrática de los pueblos en el seno de la federación. Un futuro socialista plantearía nuevos problemas, pero sin dudas permitiría liquidar las luchas fratricidas sembradas por el atraso y las necesidades posteriores de territorialización de la ganancia propias del capitalismo.
De hecho, la experiencia de la URSS permitió una convivencia entre las naciones del Cáucaso y un relativo desarrollo industrial. Sin embargo, la experiencia fue truncada por la contrarrevolución burocrática dirigida por Stalin, que estableció el dominio de esta casta sobre el proletariado y sobre las minorías nacionales de la URSS, fortaleciendo el aparato estatal en lugar de sentar las bases sociales para su extinción. El pasaje de la burocracia a las filas de la restauración capitalista abierta a principios de los noventa liberó todas las tendencias centrífugas del capital, llevando a guerras como la de los Balcanes y este proceso continuará desarrollándose por un período determinado de tiempo, cuya duración no podemos definir a priori, al no poder encontrar una salida capitalista estable dada la descomposición imperialista. Y tampoco una salida progresiva, dada la crisis de dirección revolucionaria. Esta condicionalidad estará determinada, a su vez, no por “valores e ideales” al gusto de los nostálgicos, sino por la lucha de clases, por el choque entre las fuerzas proletarias de la revolución mundial y de la contrarrevolución burguesa. “Definir al régimen soviético como transicional o intermedio es descartar las categorías sociales acabadas como capitalismo (incluyendo al "capitalismo de Estado"), y socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible de sugerir la idea errónea de que desde el régimen soviético actual solo es posible una transición al socialismo. En realidad, un retroceso hacia el capitalismo es totalmente posible. [...] Naturalmente, los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan hipotética. Quisieran fórmulas categóricas: sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que desechar, en nombre de la integridad lógica, los elementos de la realidad que hoy contrarían nuestros esquemas, y que mañana pueden refutarlos por completo. En nuestro análisis hemos evitado, ante todo, violentar las formaciones sociales dinámicas que no han tenido precedentes y que no tienen analogías. La tarea científica, tanto como la política, no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino seguir todas sus fases, desprender sus tendencias progresivas de las reaccionarias, exponer sus relaciones recíprocas, prever posibles variantes del desarrollo ulterior, y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción.” (L. Trotsky, La Revolución Traicionada)
Los revolucionarios nos oponemos a la guerra fratricida entre armenios y azeríes, dirigida por los sectores que pretenden la creación de pequeños Estados vasallos del imperialismo en la región. Es parte del militarismo general al que llevan las tendencias bonapartistas que recorren el mundo ante la decadencia burguesa. Peleamos por una salida obrera, a partir de un programa de expropiación de los expropiadores, la derrota de las protoburguesías que dirigen las repúblicas de la Ex Unión Soviética y por una Federación Socialista del Cáucaso. La clase obrera rusa está llamada a apoyar a los trabajadores azeríes, armenios y georgianos en esta tarea, comenzando por la paralización de las fábricas de armas y pertrechos militares y del transporte de los mismos, destinados a armar a ambos bandos para beneficio de Putín y sus acólitos. Así como llamamos a los trabajadores de Turquía, los países europeos y Estados Unidos a acciones obreras contra la intervención de sus Estados burgueses en la región, que como quedó demostrado en Kosovo, sólo sirve para aumentar las masacres y las penurias de los trabajadores y el pueblo pobre. Nuevamente, y de manera cada vez más urgente, llamamos a impulsar una Conferencia Internacional a todas las corrientes revolucionarias que defienden la necesidad histórica de la dictadura del proletariado y luchan por la reconstrucción de la IV Internacional.
Ya contamos 3 semanas de intensa agitación en Bielorrusia, motorizada por el rechazo al fraude electoral con que el presidente Lukashenko pretenden prolongar su mandato. Ya van 26 años desde que asumiera por primera vez, en 1994. Las movilizaciones callejeras vienen marcando el pulso desde el 9 de agosto, y la bestial represión del régimen, lejos de debilitarlas, ha producido lo contrario. En las calles, la juventud de clase media tiene un papel importante, pero todos los observadores destacan la irrupción del movimiento obrero, especialmente sus batallones más concentrados de la industria.
Las marchas y protestas, que llevaron a unas 100.000 personas a las calles de Minsk el domingo 23 de agosto, son muestra de un movimiento espontáneo, con confusión de objetivos y con una dirección debilitada por la poca estructuración de la oposición nacionalista/liberal, pro reformas de mercado, que tiene como figura electoral a la candidata opositora, Svetlana Tijanóvskaya, actualmente exiliada en Lituania. El movimiento tiene extensión nacional, y no se concentra sólo en la capital, Minsk.
Bielorrusia es un país de 9,4 millones de habitantes, ex integrante de la URSS y luego histórico aliado de Rusia. En esa alianza, es el socio menor, pero no debemos pensar la relación cómo estamos acostumbrados: Bielorrusia concentra importantes centros de industrialización de materias primas rusas. Un elemento que alienta la actual crisis es la depresión del precio del petróleo a principios de año, ya que las refinerías bielorrusas exportan petróleo procesando el crudo que obtienen a precios subsidiados de Rusia. Además de esta estrecha relación económica, que ha tenido sus altibajos en los últimos años, también unen a ambos países acuerdos militares y elementos culturales históricos.
Es por esta relación con Rusia que muchos, incluido el bonapartista Lukashenko, etiquetan a las recientes protestas como “pro-occidentales” o pro Unión Europea, tratando de igualarlas al llamado Euromaidán que irrumpiera en Ucrania en 2014, llevando a la dimisión del presidente, y más tarde a una guerra civil. Lo cierto es que las movilizaciones no reivindican la entrada del país en la UE, cosa que era explícita en 2014 en Ucrania, y ni siquiera levantan consignas anti rusas. La propia Tijanóvskaya, desde Lituania, se ha cuidado de desmarcar las posiciones de la oposición de un enfrentamiento con Moscú, dejando claro que se trata de protestas que se limitan a defender la democracia a secas, es decir, la democracia burguesa de la cual la única experiencia que tiene el país son… los gobiernos de Lukashenko, vaya paradoja.
La Unión Europea (UE) viene de años de aflojar las sanciones que aplicaba a Bielorrusia por las violaciones a las libertades políticas del llamado “último dictador de Europa”, en un cuadro de revisión de relaciones con la propia Rusia, país con el que Alemania tiene importantes vínculos productivos, sobre todo por la provisión de materias primas, especialmente hidrocarburos. Frente al actual proceso, las autoridades de la UE se han limitado a emitir declaraciones y el viernes 28/8 votaron sanciones para algunas figuras del régimen.
Por su parte, Putín tiene que manejarse con prudencia en su relación con el país. Si bien apoyó a Lukashenko y la última semana avanzó en amenazar con una intervención directa en la crisis, tiene que, por un lado, mantener su relación con Trump y la UE, y por el otro, pondera más la estabilización de Bielorrusia que al propio Lukashenko, por lo que un sector de su partido político tiende lazos con los sindicatos bielorrusos que participan de las movilizaciones a través de la burocracia sindical de la Federación de Sindicatos Independientes de la Federación Rusa (FNPR).
EEUU, por su parte, no ha tomado una postura clara, y es que el peso de la crisis interna del imperialismo no sólo puede explicar esto, sino que es un elemento determinante en la serie de crisis políticas, de régimen y Estados, y los procesos de lucha de clases que están atravesando el mundo. La desorientación imperialista, de cara a las elecciones presidenciales de Noviembre y con un gobierno de Trump bastante golpeado por las consecuencias de la recesión económica, el mal manejo de la pandemia y el proceso de lucha contra la brutalidad policial y el racismo, son un elemento central de la coyuntura internacional.
Toda una serie de corrientes políticas, la resaca del estalinismo y todo tipo de populistas, se centran en el antagonismo entre EEUU y la UE, por un lado, y Rusia y China por el otro, para condenar las movilizaciones en Minsk y otras ciudades y dar su apoyo al Lukashenko y su régimen, que viene de arrestar a 7.000 manifestantes, matar a más de 3 y que cuenta todavía con desaparecidos en las últimas represiones. El basurero de la historia es el único sitio donde pueden ser bienvenidos estos nostálgicos del Gulag, nada tienen que ver con la izquierda revolucionaria y la vanguardia del movimiento obrero internacional.
La ofensiva imperialista sobre Rusia, y sobre todo sobre China, tiene que apreciarse desde el punto de vista del proceso histórico, no desde la lógica burguesa de la geopolítica. Se trata del problema de la asimilación de los ex Estados obreros, cuyas contradicciones explosivas se desarrollan en todo tipo de manifestaciones especificas en diversos territorios nacionales, con características determinadas. Estamos hablando de procesos tan disímiles como los de Hong Kong, Ucrania y ahora Bielorrusia, pero que son expresión de toda una etapa histórica. Volveremos sobre este problema nodal de la situación mundial más abajo.
Bielorrusia, como otros ex Estados obreros, sufrió un proceso de privatización de la industria a principios de los años 90. Sin embargo, este proceso de restauración capitalista “en frío” tuvo límites tempranamente, llevando a la renacionalización de gran parte de las empresas ya en 1994. Actualmente, el capitalismo de Estado en la industria alcanza entre el 75% y 80% del sector. Se trata de un proceso de renacionalización que también realizó, aunque más tarde, Rusia bajo el comando de Putín. Estos elementos sirven para señalar que la protoburguesía bielorrusa es particularmente débil, y no existen los llamados “oligarcas”, que monopolizan ramas industriales enteras (aunque no de la industria pesada) como fue el caso en Ucrania. Los sectores de esta protoburguesía junto a capas pequeñoburguesas son la base de la candidata opositora, que en realidad viene a reemplazar a su marido, un empresario detenido por el régimen.
Otra diferencia con Ucrania, importante desde el punto de vista sociológico, es la relativa debilidad del sector agrícola y en general de producción de materias primas, en relación a la industria. La industria heredada de la URSS se mantiene en Bielorrusia, mostrándose competitiva en algunas ramas como la de fabricación de maquinaria pesada y tractores, y en la semielaboración de productos primarios. Esta relación es bastante elocuente llevada a cifras: la agricultura, pesca y actividad forestal representan un 6,6% de la producción bruta, mientras la industria significa el 26%. El sector servicios, el de mayor peso en la economía, sustenta a otra fracción importante de la clase obrera, que incluso ha tenido un papel activo en las protestas como es el transporte, y también a amplios sectores pequeñoburgueses.
Cuando hablamos del peso económico de la industria, esto también se refleja en la política. Porque todas las facciones en pugna tienen un activo interés en ganar para sí la simpatía de la clase obrera. Ya hablamos de la federación sindical rusa, pero una actividad similar lleva a cabo la burocracia de la Confederación Sindical Internacional (CSI, a la que están afiliadas las CTAs y la CGT argentinas), sobre todo sus seccionales europeas ligadas por mil y un lazos a los Estados y patronales imperialistas de la UE. También la oposición nacionalista/liberal lanza llamados a la huelga para apoyarse en las fábricas, mientras Lukashenko tuvo una desagradable sorpresa cuando intentó darse un baño de popularidad en su visita a la fábrica de tractores de Minsk, y ahora envía a las autoridades locales a negociar con los trabajadores.
Las acciones obreras han sido importantes, incluyendo paros, asambleas en portones, columnas obreras en las marchas y reuniones con las gerencias y las autoridades locales para exigir la liberación de detenidos y rechazar las sanciones a trabajadores participantes de las movilizaciones, aunque no se terminó de concretar el llamado a huelga general. Tal es el peso de las medidas sindicales que tras las primeras manifestaciones de este tipo Lukashenko tuvo que liberar a los primeros detenidos. Lo novedoso es que estén desarrollándose este tipo de luchas en un país donde el derecho a huelga no está reconocido legalmente y donde la represión está a la orden del día. Mientras la propiedad estatal de las empresas se ha mantenido, Lukashenko viene aplicando un programa, en acuerdo con el FMI, EEUU y la UE, de sucesivas reformas, liquidando la negociación colectiva, imponiendo contratos laborales a plazo fijo, aumentando la edad jubilatoria e impulsando una constante baja del salario real por efecto de la inflación y la devaluación.
Por el momento, las acciones del proletariado van en contra de tener que pagar por las peleas entre las fracciones dirigentes. Utilizan a la oposición para enfrentar a su patronal. Las organizaciones sindicales, estatizadas, no cumplen un rol por lo que los trabajadores han constituido comités obreros, que buscan ser influenciados por la oposición. La lucha por una dirección que permita la intervención de forma independiente de la clase obrera se hace urgente, y es a la vez una tarea internacionalista que los revolucionarios de Europa, Rusia y del resto del planeta debemos apuntalar con toda seriedad y audacia.
La caída de la URSS significó para muchas corrientes la restauración capitalista plena y la reversión histórica total de la Revolución de Octubre. Sin embargo, el proceso resultó mucho más tortuoso para los capitalistas, porque se produjo en una etapa avanzada de la descomposición imperialista. Las privatizaciones, como proceso de reforma económica sin recurrir a una contrarrevolución abierta para destruir los cimientos del aparato estatal surgido de Octubre, y de las sucesivas revoluciones que expropiaron a la burguesía acabando con su dominación en determinados territorios a lo largo del siglo XX, demostró ser un fracaso como apuesta del imperialismo. Entonces, ese proceso de asimilación al capitalismo continúa en desarrollo, sin haber logrado tampoco las protoburguesías de los diferentes ex Estados Obreros, sobre todo Rusia y China, convertirse en nuevas clases propietarias dominantes. Esto no se define nacionalmente, sino en la arena mundial. El proletariado, a su turno, constituye aún una reserva para enfrentar los procesos de restauración en curso, aun cuando haya sido utilizado en diferentes oportunidades como base de maniobra de uno u otro sector de la burocracia restauracionista y/o de las capas pequeñoburguesas aliadas al imperialismo. Esta tragedia tiene como principal causa la crisis de dirección revolucionaria del proletariado internacional.
Es curioso cómo volvemos a leer sobre las situaciones revolucionarias objetivas, esta vez de manos del PO (t) y Altamira, un declarado viejo enemigo de Nahuel Moreno, al discutir los procesos en los ex Estados Obreros. Lo que olvida Altamira es que, para establecer tendencias objetivas, que no están descartadas, es necesario definir cuáles son las transiciones. Cuando Lenin discutía este problema, ya había definido a la fase superior del capitalismo, el imperialismo, como transición entre el capitalismo y el socialismo. En el proceso Bielorruso, debemos considerar el problema de la asimilación, que complejiza la discusión de transición mucho más. No sólo porque no está definido el papel de los ex Estados Obreros en el sentido de si las protoburguesías serán o no capaces, a partir de un ineludible conflicto violento, conquistar una posición como clase capitalista en el mercado mundial y el sistema de Estados o quedarán relegadas como lamentables subburguesías semicoloniales (y este es el programa del imperialismo), sino que también podemos incluso tomar la hipótesis de León Trotsky, que discutía que la dirección contrarrevolucionaria que dirigiera los procesos de restauración, en su contradicción de no poder conformarse en clase, generaría, en su relación con las leyes tendenciales de la economía mundial, un caos capitalista. Esta última hipótesis es para nosotros la que más se acerca al proceso real. Y frente a este caos, lo que se impone es torcer esta tendencia a partir de una dirección revolucionaria consiente.
Alejadas de esta discusión, las organizaciones del trotskismo centrista latinoamericano en sus notas hacen abstracción del carácter de clase del Estado en Bielorrusia, del proceso de asimilación y de las contradicciones establecidas por la descomposición imperialista, para repetir lo que dicen en cualquier otro lugar: se trata de un proceso “por la democracia” donde la clase obrera debe intervenir “de manera independiente”. Continúan atrapados en el esquema del transcrecimiento de la revolución democrática en revolución socialista que les enseñaron Moreno o Guillermo Lora. Pueden incluso levantar consignas como el “fuera Lukashenko”, como hace el Nuevo MAS, donde se impone preguntarse ¿para que venga quién? El Partido Obrero (oficial) nos habla de impulsar “una alternativa política propia de los trabajadores”, mientras el PTS ni siquiera hace referencia a los trabajadores, hablando simplemente de “la independencia política que logre el movimiento respecto de la oposición liberal y populista” ¿nos están hablando de una candidatura independiente en las próximas elecciones? Las discusiones de la conferencia latinoamericana del FIT-U así nos lo hacen pensar.
La crisis abierta por el fraude electoral en relación a la democracia como forma política es un punto de partida para impulsar la lucha obrera contra la restauración capitalista y sus aplicadores, cuyas diferencias en todo caso son en la velocidad de esta restauración. La dictadura de Lukashenko es represiva, encarcela a los luchadores y los reprime, ¿no pueden plantear los trabajadores de Francia y los chalecos amarillos, el movimiento negro del BLM y los obreros chilenos que la democracia burguesa hace exactamente lo mismo? El problema de la relación de las masas con la política está planteado a partir de la relación del proletariado con las palancas de la economía. No es necesario dar rodeos, el carácter histórico de la Revolución de Octubre sigue vivo. La democracia obrera es mil veces superior a las elecciones parlamentarias burguesas, y si los trabajadores, que se han convertido en eje de la situación en el país, pueden desarrollar esta experiencia, es a partir de golpear a Lukashenko y la oposición pro imperialista en la producción, con la huelga general y avanzando en el control obrero de las ramas económicas. Es claro que semejante proceso no puede detenerse en Bielorrusia, porque hasta el final la contradicción del imperialismo y la propia supervivencia de Putín pasa por el proceso de asimilación de Rusia. Por eso, es necesario que la lucha se fortalezca a partir de la intervención del proletariado ruso y de toda la región, con el apoyo decidido de la clase obrera europea y norteamericana, denunciando a viva voz el real contenido de explotación de la democracia imperialista. Es en ese sentido que el proletariado bielorruso debe pelear por su independencia, independencia de clase en tanto sujeto en el proceso histórico, no sólo levantando demandas “sociales y económicas” sino postulando su dirección política a partir de la administración de las cosas, de la que brota de verdadera democracia, la democracia proletaria. La lucha por una Federación Socialista, recuperando lo mejor de la experiencia de la URSS, como forma política de la dictadura del proletariado en su desarrollo internacional. Hasta el final, la lucha de los revolucionarios es por la regeneración de la vanguardia comunista, retomando las tareas que nos legó León Trotsky, luchando por la reconstrucción de la IV Internacional. A la luz de los complejos y riquísimos procesos que se desarrollan ante nuestros ojos es que llamamos a las corrientes que se reivindican por la dictadura del proletariado a una Conferencia Internacional para discutir los desafíos urgentes que tenemos planteados.