“El Talibán infestando todo y adueñándose de todo el país es algo altamente improbable” declaró solemne Joe Biden el 8 de julio de 2021 en la East Room de la Casa Blanca. Apenas un mes y escasos días después, el Talibán entraba en la capital afgana Kabul, tras la retirada del grueso de las tropas imperialistas y de la huida del presidente-títere, Ashraf Ghani. Biden apostaba a que el ejército afgano de 300.000 hombres pertrechado por el imperialismo controlara la situación, pero se desmoronó en semanas. Y dejó expuesto a su gobierno a una operación de evacuación nunca antes vista, “el puente aéreo más grande de la historia” según el propio Biden, que se ha convertido en la más humillante retirada jamás vista. Una nueva declaración alucinada del presidente yanqui, que dijo que EEUU había ido a Afganistán no a construir una nación democrática (nation Building) sino a desactivar la amenaza terrorista, fue respondida por una rama del ISIS con un atentado en el propio aeropuerto de Kabul con el saldo de más de 170 muertos, entre los que se cuentan 13 soldados de EEUU. El atentado del jueves 26 de agosto empujó a los aliados de la OTAN con tropas en el terreno a dar por finalizadas las operaciones de evacuación, dejando sola a aquella nación “líder del mundo libre” que había logrado organizar en torno a la ocupación a una coalición de 42 países. Los yanquis tienen plazo hasta el 31 de agosto para terminar la evacuación, plazo en el que solo esperan nuevos atentados e imágenes desesperadas de refugiados tratando de huir del caos que dejan tras de sí después de 20 años de ocupación militar.
La retirada de Afganistán es un botón de muestra de la situación complicada en que se encuentra el imperialismo norteamericano en la profundización histórica de su descomposición y en las dificultades cada vez más grandes que tiene para intentar saldar la crisis capitalista mundial. No solo es parte de las dificultades para dar una idea de salida a la pandemia, con la discusión de la pospandemia y un supuesto y anhelado auge de la economía mundial, que se choca con una perspectiva de pequeños rebotes y nuevas caídas que configuran más bien una tendencia a la depresión y a la agudización de los desequilibrios en todos los planos. Llegan a discusiones tan delirantes como que “gracias” a la variante Delta se están conteniendo las tendencias inflacionarias (!!). El gobierno de Biden y su coalición de gobierno, que apareció como un recambio frente al fracaso del cambio de orientación imperialista que significó la administración Trump, en muy poco tiempo ha chocado con todas las contradicciones que minan la hegemonía mundial de EEUU. Y se ve obligado a tomar decisiones en el plano de la retirada menos costosa, para un supuesto reordenamiento de fuerzas que nadie cree. Sobre todo los rivales estratégicos como China y Rusia, que toman posición. Los acuerdos entre China y el Talibán para consolidar el dominio territorial de ambos Estados y al mismo tiempo integrar al nuevo “gobierno” afgano en el cuadro del cinturón y ruta de la seda chinos es un ejemplo. La necesidad de EEUU de negociar con Rusia una red antiterrorista en el país es otro. Pero la principal debilidad del imperialismo norteamericano no es el desafío de los rivales sino la descomposición estructural, la destrucción económica y social, que su propio accionar siembra a cada paso. Guantea con su sombra, y está perdiendo. El problema es que ese avance de la descomposición destruye las condiciones de vida de nuestra clase y de los pueblos oprimidos del mundo.
Quizás sea verdad la declaración de Biden en cuanto a que el verdadero objetivo de EEUU en Afganistán y, agreguemos, en Irak, no fue “construir una nación” o, mejor dicho, construir desde afuera un Estado burgués semicolonial, moderno y democrático, a su imagen y semejanza. Quizás eso haya sido solo una excusa, y hayan seguido más bien la doctrina militar elaborada luego de la victoria yanqui en la guerra fría del “Shock and Awe” (Shock y pavor) que vociferaban los comandantes militares de Bush hijo cuando se llevaron adelante aquellas invasiones en 2001 y 2003, con el nefasto Donald Rumsfeld a la cabeza. Básicamente, se trataba de una táctica de terrorismo imperialista, que se desmoronó frente a la resistencia de grupos armados y de las masas iraquíes y afganas al poco tiempo de la llegada norteamericana, marcando muy tempranamente la derrota de las invasiones, aunque las tropas se quedaron en lo que llamaron un “empantanamiento”. La tesis del Imperio ejerciendo ese terrorismo de estado a escala global, igual que su contracara progre, el Imperio vs. la multitud de los autonomistas como Negri y Holloway, se vinieron abajo con la resistencia nacional de los pueblos oprimidos, que se desarrolló en Medio Oriente y más allá, y se sigue desarrollando a la fecha. ¿Será esta falacia la que nos quiere volver a vender Biden?
La contradicción entre la forma estatal de la dominación burguesa y la internacionalización de las fuerzas productivas, entre la socialización de la producción y la acumulación privada del capital, no puede resolverse en un supraestado burgués. Esto está quedando más claro con la decadencia de la hegemonía norteamericana. Pero no es menos utópica la idea de la creación de nuevos estados burgueses modernos en la época de las crisis, guerras y revoluciones. Y los intentos por llevarlo adelante han chocado una y otra vez con las contradicciones de las bases materiales engendradas (descompuestas) por el capitalismo. Esta discusión no sólo explica las utopías imperialistas, sino que nos mete en el debate de las propias fuerzas proletarias. La derrota del imperialismo en Afganistán tiene sabor a muerte, porque el talibán toma el poder. Esto solo puede explicarse por la crisis de dirección revolucionaria de nuestra clase.
Así, vemos como muchas corrientes del trotskismo centrista empiezan el clásico juego de encontrar el mal menor, algunas festejando la toma de Kabul por el Talibán, otras haciendo campaña por la democracia en Afganistán contra la persecución de las mujeres. Debemos ser claros: este momento de derrota del imperialismo no podrá ser capitalizado sin la intervención decidida del proletariado mundial del lado de los pueblos oprimidos de Medio Oriente. Debemos desplegar una campaña en los sindicatos por el retiro de todas las bases imperialistas de Medio Oriente y de todos los países oprimidos. Asimismo, es necesario que en los países imperialistas los sindicatos luchen por el ingreso sin restricciones de los refugiados, por igualdad de derechos laborales y por su integración a las filas de nuestros sindicatos según la rama. Los sindicatos de todos los países deben recurrir a todos los medios necesarios para ayudar a fortalecer y eventualmente reconstruir las organizaciones obreras en Afganistán, enviando fondos, víveres y defendiéndolas de los ataques del Talibán y los señores de la guerra. Es en esta pelea, donde los mejores y más decididos combatientes antiimperialistas de nuestra clase podrán actuar en conjunto y debatir el programa para enfrentar a los Estados imperialistas y sus lugartenientes en nuestras filas, la burocracia sindical, para sentar las bases de la reconstrucción de la dirección revolucionaria de la clase obrera, la IV Internacional y sus secciones nacionales. De ese modo, podremos colaborar en fortalecer a la vanguardia obrera en Afganistán y Medio Oriente, para dar la pelea por una Federación de Repúblicas Socialistas en la región sobre la destrucción de Israel, como forma política de la dictadura del proletariado. No puede existir ninguna otra salida para Afganistán, porque cualquier idea de Estado democrático nacional (la utopía estatista que siempre persigue el centrismo) carece de bases materiales por la dinámica misma de la descomposición del capitalismo.
La catástrofe de la retirada de Kabul es una advertencia también para las filas revolucionarias: nunca se estuvo tan cerca de que la consecución de una consigna progresiva como la retirada de las tropas yanquis de Afganistán esté tan lejos de hacer avanzar las posiciones del proletariado mundial. Debemos actuar con seriedad, rapidez y decisión. La lucha de clases no tiene piedad con los indecisos y los confundidos. Proponemos a las corrientes trotskistas que defienden el programa de la dictadura del proletariado realizar una Conferencia Internacional que prepare los pre requisitos para la reconstrucción de la IV internacional.