La respuesta de Israel a la ofensiva lanzada por Hamas el sábado 7/10 sobre su territorio no se hizo esperar. Los sionistas bombardearon sistemáticamente la Franja de Gaza, utilizando incluso armas prohibidas como el fósforo blanco, para aplicar un “castigo colectivo” a todos los palestinos por osar desafiar al ocupante. Utilizan un discurso racista, degradando a los palestinos a la condición de “bestias humanas”, para poder justificar el asedio que ha dejado a más de 2 millones de pobladores sin alimentos, agua ni energía eléctrica. Para completar su tarea asesina, los agentes israelíes del imperialismo se disponen en este momento (15/10) a invadir la mitad norte de la franja con toda su maquinaria bélica de punta.
Frente a esto, el viernes 13/10, las capitales europeas, ciudades de EEUU y de diversos países árabes y musulmanes vieron inundadas sus calles con movilizaciones en apoyo a la heroica resistencia palestina. En muchos de estos países, las manifestaciones fueron prohibidas o reprimidas, como en Roma, Berlín y París. Los gobiernos imperialistas temen la reacción de las masas frente a la muestra más cruda de la descomposición de su sistema social basado en la explotación de nuestra clase y la expoliación de colonias y semicolonias: la existencia de Israel sobre la expulsión de los palestinos de su territorio histórico hace 75 años.
El actual enfrentamiento en tierra Palestina no es un rayo en cielo sereno. Israel viene acelerando su política de conquista territorial sobre los territorios palestinos, por lo menos desde la época de la administración Trump. Esto ha conllevado diferentes enfrentamientos en Jerusalén y en Cisjordania, sobre las que los sionistas y sus colonos (movimiento de ocupación paraestatal de tierras) vienen avanzando. La incursión sobre el campamento de refugiados de Yenín el pasado julio fue el anterior episodio de estos choques.
El gobierno de Netanyahu debe responder a una situación frágil debido a la crisis en que han entrado los Estados árabes vecinos, como Siria y el Líbano, por los efectos de la pandemia y la crisis económica mundial. La salida utópica de dos Estados ha sido enterrada por la realidad, e Israel busca avanzar en acuerdos de “normalización de relaciones” con diversos gobiernos de la región. En 2020, con el auspicio de Trump, se firmaron en este sentido los acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, y también Marruecos reconoció el enclave israelí en su pretendida condición de Estado.
Pero la crisis mundial transcurre ya una fase más aguda con la profundización de las tendencias guerreristas. La guerra entre Rusia y Ucrania tensiona a Israel, proveedor de ambos contendientes de armas y pertrechos. Ahora es Israel el principal foco de la ayuda bélica de EEUU, lo que ha llevado a Zelensky a protestar para que sus padrinos imperialistas no lo dejen relegado en los esfuerzos militares. Seguramente Israel priorice armar a su propio ejército. Se generan así nuevas contradicciones en la relación de Ucrania con la OTAN, empantanándose aun más la salida reaccionaria que tanto Rusia, de un lado, como el imperialismo del otro, pretenden dar a los Ex Estados obreros a través de su asimilación.
Lo cierto es que la ofensiva palestina, desesperada por cierto y con métodos que no compartimos, se explica por el acorralamiento al cuál Israel pretendía llevar a la resistencia. El intento de firmar un entendimiento con el reino saudita ha quedado en suspenso ante la brutalidad sionista. El frente imperialista pro Israel aparenta ser más solido que nunca, pero al mismo tiempo se desarrollan las movilizaciones, integradas por contingentes enormes de inmigrantes árabes y musulmanes, en el corazón mismo de las metrópolis.
También el gobierno de la ocupación muestra una falsa imagen de “unidad nacional”, mientras miles de sus “ciudadanos” huyen a sus países de origen al ver que la ocupación no les garantiza seguridad en la “tierra prometida”. El gobierno de coalición ampliado, al cuál ha ingresado la oposición que venía denunciando las reformas institucionales de Netanyahu, no puede llamarse de unidad nacional, porque Israel no es un Estado, sino una ocupación militar con una población implantada sobre la limpieza étnica del pueblo palestino.
Por supuesto, la lucha es totalmente desigual si la restringimos a las fronteras de la Palestina histórica; una lucha heroica y vital, pero con pocas perspectivas. Los trotskistas ponemos la pelea en otro plano, donde los contingentes del proletariado internacional podemos poner en la balanza todo el peso de la clase capaz de liberar todas las fuerzas de la producción social de la humanidad de las ataduras a las que las someten las relaciones burguesas de propiedad y la putrefacción del imperialismo.
Debemos tener en claro que no estamos ante un enfrentamiento “de siglos” (el sionismo comenzó a colonizar Palestina a principios del Siglo XX e Israel fue creado en 1948) entre dos pueblos, sino de una lucha entre una nación oprimida y el establecimiento de un enclave imperialista en el corazón de Medio Oriente para controlar sus intereses estratégicos y el petróleo. El sionismo es una ideología y un movimiento reaccionarios, que postularon una salida para el pueblo judío, perseguido durante siglos, basada en la colonización de un territorio habitado por otro pueblo y para defender los intereses del imperialismo. Por eso, decimos que Israel ni siquiera es un Estado burgués propiamente dicho, sino un engendro creado por el imperialismo en el momento de su mayor descomposición.
Los revolucionarios y la vanguardia de la clase obrera debemos intervenir en este conflicto del lado de los palestinos, con acciones que afecten al imperialismo y su maquinaria militar en la producción, como el paro en las industrias imperialistas y el bloqueo de los transportes, tomando el ejemplo de los portuarios de California, Durban y Livorno que en 2021 frenaron cargamentos con pertrechos militares destinados a Israel. Debemos sostener todas las movilizaciones por el fin de los ataques israelíes, por el fin del bloqueo y por la retirada inmediata del ejercito sionista de la Franja de Gaza, el derecho al retorno de los refugiados y desplazados y la libertad de todos los presos palestinos en las cárceles israelíes.
Los trabajadores de los países de la región, en primer lugar, sus batallones centrales de la rama petrolera, tienen la llave para avanzar en la expulsión del imperialismo de Siria, Líbano, Irak, Libia y, por supuesto, Palestina, luchando contra los gobiernos burgueses árabes, socios del imperialismo. Es fundamental llevar las acciones callejeras que se desarrollan en Europa y EEUU al corazón de la producción. La lucha internacional en apoyo a la liberación de Palestina permitirá colaborar con el surgimiento de una dirección obrera y revolucionaria en Medio Oriente, única vía para desbancar a las direcciones reaccionarias islámicas o del nacionalismo árabe como Hamas o Fatah que llevan la lucha palestina a un callejón sin salida.
La necesidad de saldar la crisis de dirección revolucionaria urge ante la situación de los palestinos, que muestra de forma desgarradora el significado de lo que llamamos descomposición imperialista. Pero es imposible plantearse la construcción de una dirección revolucionaria internacional a partir de una sumatoria de programas nacionales, que reflejan la adaptación a direcciones ajenas a la clase obrera en cada país. La cuestión palestina es un problema social e internacional, se trata de la lucha contra el imperialismo. Por ello, son impotentes los programas basados en cualquier salida nacional a partir de la constitución de un Estado burgués en la Palestina histórica, es decir, cuyos fundamentos estructurales sean la propiedad privada de los medios de producción. Existe una gradación que va desde una Palestina “laica, democrática y no racista” como plantean las corrientes morenistas, un Israel laico (el programa que comienzan a levantar los sectores antisionistas desmoralizados), hasta la salida de dos Estados que viene siendo la propuesta del imperialismo. Incluso plantear una Palestina Socialista a secas, sin considerar la dinámica internacional que el proceso histórico imprime al proceso revolucionario ni abordar programáticamente la extensión internacional de la dictadura de clase a partir de la idea de federaciones, es limitado y erróneo. Armados con la Teoría de la Revolución Permanente, y tras décadas de experiencia de las masas con las traiciones de las direcciones burguesas y pequeñoburguesas árabes e islamistas, debemos plantear claramente la necesidad de expropiar a los expropiadores para destruir las bases sociales de la dominación imperialista. Es en ese sentido que planteamos la consigna destrucción del Estado de Israel como condición necesaria para la toma del poder por la clase obrera de Medio Oriente, instaurando su dictadura de clase, cuya forma política será una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente y el Magreb.
15/10/2023