Asistimos a una situación internacional en la que el imperialismo está desarrollando una política guerrerista ante la imposibilidad de solucionar sus contradicciones de forma pacífica, en medio de su descomposición, como muestra el escenario bizarro de las elecciones norteamericanas. La guerra Rusia Ucrania y el genocidio del enclave de Israel contra el pueblo palestino son expresión de la situación mundial de crisis, donde los gobiernos se preparan para una guerra más generalizada. Como consecuencia de esto también se están generando crisis en los distintos regímenes como los de la UE, tal como podemos ver en Alemania, Francia e Inglaterra, para nombrar algunos de los más importantes. El nivel de descomposición del imperialismo se pudo ver en el aniversario 75 de la OTAN, donde los principales países no pudieron mostrar ningún avance en la guerra Rusia Ucrania, ni en disciplinar al enclave de Israel y su política de exterminio palestino y aun se torna más lejana la idea de asimilar a los ex Estados obreros. Sólo discutieron ponerle límites a China y su apoyo a Rusia en la guerra.
En este escenario internacional la dupla Milei – Caputo están quemando las naves para tratar de convencer a los grandes capitales y al FMI de que la economía se está estabilizando y que se están viendo elementos de recuperación. La realidad les está destruyendo sus teorías anarco-capitalistas, ya que cada medida que toma el ministro de economía genera un cimbronazo en el tipo de cambio, en las reservas y va desnudado que el supuesto plan está armado sobre números inventados, transferencias de deudas, cepo y una recesión que sigue ahogando al conjunto de los trabajadores.
El mensaje que están dando los grandes capitales, tanto internacionales como nacionales, y los organismos que los representan es que “todo muy lindo con el ajuste, las leyes y pactos, pero no hay ninguna seguridad que nos paguen la deuda”. Eso quiere decir que estamos yendo a un nuevo default de deuda o, como dicen algunos diarios, a una especie de tormenta perfecta, sin dólares, sin baja de la inflación, sin reservas y con dudas de que el FMI los salvaría. La receta que propone un sector de la burguesía es devaluación, salida del cepo y un mayor ataque a los trabajadores. Mientras el gobierno sigue obstinado en buscar que la brecha cambiaria tienda a bajar hasta confluir con el dólar oficial, y preparar la economía para una competencia de monedas y salida del cepo. La idea es buscar nuevas inversiones para desarrollar aún más el carácter semicolonial de la Argentina, mientras que los grandes capitales les dicen “primero paguen la deuda y pongan seguridad jurídica y social y, después de todo eso, vemos si reinvertimos o compramos a precio vil si se desarrolla una crisis hiperinflacionaria”.
El peronismo en su crisis intenta recuperar su génesis histórica, huir de la visión progre que pretendieron darle los gobiernos anteriores y recuperar el peronismo del aumento de la productividad del trabajo, de la burocracia sindical y reorganizar una nueva burguesía nacional que pueda negociar migajas con el imperialismo. Es decir, una utopía reaccionaria de unir el capital y el trabajo donde, como debe ser en el capitalismo, el que siempre triunfa es el capital. Un peronismo que quiere volver a su pasado cuando ese pasado hace tiempo que se retiró de la escena histórica. En esa reconfiguración están los Kicillof, que buscan rescatar lo “mejor de los K” con la idea de reeditar un capitalismo nacional pymetero; el peronismo cordobés, que sería la reencarnación del peronismo de Perón y su relación con la producción y los capitales internacionales; y el massismo, el más devaluado de todos, que es la expresión del lobysmo del capital extranjero. Esta vuelta de página expresa que ya los K son el pasado del peronismo y ahora, en absoluta crisis, intentarán revivir.
En este escenario podemos ver que las distintas variantes de las fracciones burguesas y pequeño burguesa, sus partidos y la burocracia sindical se realinean en base a las distintas fracciones capitalistas internacionales y nacionales. De ninguna de estas fracciones y sus partidos vendrá algo bueno para los trabajadores y las masas. Están timbeando el plusvalor que nos expropiaron con la explotación de nuestra fuerza de trabajo y están pauperizando nuestras condiciones de vida. Ante semejante desorganización de la economía y las condiciones sociales sólo los trabajadores podemos dar una salida revolucionaria. Para modificar esta situación debemos abrir un debate programático al interior de nuestra clase en asambleas, plenarios de delegados, retomando los métodos de la clase obrera como la ocupación de fábricas, piquetes de autodefensa dirigidos por los sindicatos recuperados, paros que preparen una huelga general, ocupación de ministerios o edificios de trabajo ante los despidos, suspensiones o cierres. Tenemos que recuperar nuestras organizaciones y echar a la burocracia sindical, que sigue cumpliendo un rol de enemigo en nuestras filas, como lo demuestra la inacción ante los despidos, las suspensiones, la “ley bases”, las persecuciones a activistas y luchadores, los allanamientos y procesamientos contra organizaciones sociales y de izquierda, la reforma laboral y la caída del salario.
Levantar un programa transicional significa atacar a la burguesía en la producción y mostrar el poder potencial de la clase obrera en la sociedad capitalista, es desorganizar a la burguesía para desarrollar de forma revolucionaria la destrucción del Estado burgués.