Artículo escrito el 16 de enero de 2019.
El martes 15 de enero las calles de Londres y varias ciudades inglesas estuvieron palpitando el debate por el acuerdo del Brexit en el Parlamento. En las afueras del recinto se agolparon manifestantes con banderas que decían, entre otras cosas, “leave means leave” (“irse significa irse”). La votación en la cámara de los Comunes resultó en 432 en contra y 202 a favor.
Para Theresa May la estrepitosa derrota no fue una sorpresa. El ala dura del partido conservador ya viene desde hace meses haciendo campaña en contra el acuerdo negociado con Bruselas durante 2018. A pesar de las presiones, tanto de los tories como del Partido Laborista (LP), la Primera Ministra se negó a modificar el proyecto que se trató el martes 15 en el recinto. Su estrategia se apoyó en el argumento de “darle un mayor rol al parlamento” y dejar que éste se exprese ante el acuerdo propuesto tal como está. El panorama que se abre ahora es incierto para la clase dirigente, que se encuentra ante la colosal tarea de practicar un cambio superestructural que repercutirá fuertemente en la economía y, por tanto, requiere precisión quirúrgica –y a contrarreloj- para sostener al Reino Unido tal y como lo conocemos hoy. Si es que eso es posible, en medio de la crisis histórica que está atravesando el capitalismo mundial.
La sensación inmediata es de confusión total. Tanto así que en los titulares del miércoles 16, periódicos como The Guardian, habilitaron en sus portales formularios para que los lectores hicieran preguntas sobre qué iba a pasar en el país. En los siguientes 3 días, el gobierno de May debe presentar un plan alternativo. Todo esto, considerando que la UE aseguró que el plan no puede ser modificado.
Inmediatamente después de la votación, el ala más “radical” del laborismo, liderada por Jeremy Corbyn, planteó lo que se conoce como “moción de censura” (confidence motion), que apela a que los parlamentarios se pronuncien sobre si la Primera Ministra todavía tiene la confianza del Parlamento para gobernar o no. En caso de haberse perdido esa confianza, se debería convocar a elecciones parlamentarias anticipadas. Pero la táctica de Corbyn no prosperó; el miércoles 16 su moción perdió por 29 votos en el Parlamento. Los conservadores que votaron en contra del acuerdo no aceptaron la moción de censura y renovaron “el voto de confianza” a Theresa May.
Claramente, la fracción de May está en minoría; pero entre los opositores al acuerdo hecho con Bruselas tampoco hay heterogeneidad. Los tories “duros” quieren un Brexit inmediato y sin negociaciones con Europa. La semana anterior a la votación, Boris Johnson, representante de este sector, había declarado que “el no-acuerdo está más cerca de los votantes del Reino Unido. (...) Mientras más dramáticas las advertencias, mayor ha sido la indiferencia”. Recordemos que el escenario de Brexit sin acuerdo ha sido muy rechazado por los medios británicos y que el Banco de Inglaterra vaticinó que podría ocurrir una grave crisis económica con disparada del desempleo y la inflación, caída de la libra esterlina y reducción del PBI. A su vez, se teme escasez de medicamentos y problemas con los tránsitos marítimo y aéreo. Para Johnson esto es una exageración. “Es un no-acuerdo, o los términos de la OMC, lo que en realidad corresponde a su idea de salir; y ahora ven esa opción con una confianza que ahora es directamente proporcional al crecimiento de la fuerza de las advertencias del gobierno en su contra, porque estas predicciones catastróficas son tan hiperbólicas como sufrir por la ley de retorno disminuido”, declaró.
La fecha estipulada para la salida del Reino Unido de la Unión Europea es el 29 de marzo, de haber necesidad de renegociación, esa fecha se aplazaría. Ante esto, las alternativas son: elecciones parlamentarias anticipadas; o un segundo referéndum. El stablishment se decantaría por la primera alternativa, ya que iría en la línea de darle mayor injerencia a la vía parlamentaria, cuestión que contraponen al mecanismo de votación directa del referéndum. De todos modos, el aplazamiento debería ser aprobado por la totalidad de los países miembros de la UE. De ser aprobado, podría postergarse para junio-julio.
Por el contrario, el laborismo, tras la figura de Corbyn, ha manifestado que es necesario negociar un “mejor acuerdo” con Bruselas. Esto implicaría que, en ocasión de un segundo referéndum, se incluya la posibilidad de permanecer en la UE. El LP –no sin fricciones internas- iría por esta opción luego del fracaso de su intento de llamar a elecciones anticipadas. En este caso, la UE aclaró que, hasta tanto no se haga efectiva la salida británica, puede frenar el proceso unilateralmente sin necesidad de que se expidan el resto de los países miembros.
“¡Empresas, desplieguen sus planes de emergencia!”
Mientras tanto, en Alemania ya especulan con que un “hard Brexit” es casi inevitable. El economista Michael Hüther, director del Instituto de Economía alemana en Colonia, a través de una entrevista en el portal digital de Der Spiegel, lanzó el llamado a que las empresas alemanas lancen sus planes de emergencia, porque su economía deberá adaptarse a esta situación. Desde Alemania analizan que el escenario político británico es muy complejo, ya que no hay mayoría para ninguna opción por la positiva, sólo por la negativa: contra el acuerdo negociado, contra el no-acuerdo, contra un segundo referéndum; tienen en claro que no hay mucho más margen de negociación. Tampoco parece que el LP y Corbyn sean un mejor interlocutor que May, ya que tampoco sabe qué hacer. Por lo tanto, desde el gobierno de Merkel ya se están preparando para la salida del Reino Unido.
La UE también tiene un panorama complicado. El Brexit se conjuga con la coyuntura de enfriamiento, el proteccionismo de Trump, los enfrentamientos comerciales y las debilidades económicas de China –es decir, los elementos de desarrollo de la crisis capitalista. Seguramente, las consecuencias variarán según la rama. Las automotrices alemanas ya está teniendo retrasos por los controles aduaneros y las demoras de suministros. En peor situación están los laboratorios, ya que algunas certificaciones de productos hacia la UE podrían quedar sin validez: si una compañía alemana tuviera una sola fábrica en Gran Bretaña cuyos productos trabajara en la UE, tendría un gran problema. Las consecuencias para las empresas que exportan a Gran Bretaña aún no pueden preverse. Por supuesto, Hüther, al igual que la mayoría de los pro UE en el Reino Unido, considera que el “hard Brexit” tendrá peores consecuencias para los británicos y que esto puede hacer estragos en el empleo de ese país.
Pero lo más preocupante para los think tanks europeos es que ninguna de las alas en disputa tiene un plan. Les preocupa que en el corto plazo no hay perspectiva de una reconciliación en la sociedad británica, lo cual hace más difícil cualquier solución política.
Esta inquietud se extiende a la Europa continental, también atravesada por grandes divisiones sociales y lucha de clases cada vez más aguda; como se está viendo de manera más radical con los chalecos amarillos en Francia, pero también en Alemania y en la mayoría de los países de la UE. Esa “divisón” de la que hablan los analistas burgueses hace referencia a enfrentamientos entre distintos sectores de clases, incluso dentro de la propia clase dominante. Ante la magnitud fenomenal de la crisis capitalista, no hay consenso, ni mucho menos planes, sobre cuál es el camino a seguir. En este escenario, cada sector económico intentará sacar ventajas de la coyuntura. Sólo hay algo en lo que hay acuerdo entre los burgueses: la manera de sobrevivir es aumentando la explotación de la clase obrera y recargando el enorme peso de la crisis en sus condiciones de vida. Las alternativas xenófobas que están aflorando son un claro ejemplo de esta necesidad de dividir a los explotados para dominarlos mejor.
Preparar el futuro
Muchos sectores de izquierda, incluso los que se llaman revolucionarios, se han maravillado con el crecimiento de tendencias “radicalizados” que se alinean detrás de la figura de Jeremy Corbyn. Sectores “anticapitalistas” en Gran Bretaña, entre los que encontramos al SWP británico, lanzan críticas al LP y su trayectoria de enormes servicios al capital imperialista en las últimas décadas, pero terminan adaptándose a la perspectiva propuesta por Corbyn de adelantar las elecciones. Esto significa: seguir buscando una salida para la clase obrera dentro de los estrechos márgenes de la democracia imperialista.
Luego de haber renunciado a la construcción de un partido revolucionario para diluirse en movimientos “radicales” la izquierda europea ha quedado a la zaga de los procesos de luchas que están surgiendo, totalmente impotente para ofrecer una respuesta revolucionaria al proletariado. Si para la tribuna parlamentaria figuras como Corbyn pueden resultar atractivas, para la lucha de clases desde el punto de vista del proletariado no dejan de ser enemigos que se disfrazan de aliados.
Para preparar el futuro de una Europa socialista es preciso comenzar desde ahora mismo a organizar las fuerzas de la clase trabajadora detrás de un programa revolucionario. Esto implica un enfrentamiento abierto con el Estado imperialista y sus instituciones “democráticas”. El proletariado británico tiene mucho que decir ante la crisis de este país imperialista: debe enfrentar a su propio Estado, que oprime a otros (Escocia, Irlanda, Gales, semicolonias y colonias por el mundo), midiendo las fuerzas con la burguesía en la producción. Esto sólo será posible construyendo la herramienta revolucionaria que es el partido. La vanguardia obrera tiene que desarrollar un plan para recuperar los sindicatos de manos de la burocracia pro imperialista y atacar la propiedad privada. Sólo así se podrá forjar una nueva dirección que ofrezca una verdadera salida a la mayoría de los trabajadores. Esto arrasará con las ficticias fronteras nacionales y obligará al proletariado a desarrollar una lucha internacional por los Estados Unidos Socialistas de Europa, que no será más que una forma transitoria de la dictadura del proletariado, y que deberá ir aún más lejos en el desarrollo de la lucha revolucionaria en los países semicoloniales oprimidos por los imperialistas europeos.