En la segunda vuelta de las elecciones en Brasil ganó Bolsonaro por un amplio margen contra el candidato del PT, Haddad. El voto expresa de forma distorsionada las relaciones de clase, donde la clase obrera interviene de forma diluida en los escenarios electorales que legitiman las instituciones burguesas. Dentro de este cuadro, gran parte de los trabajadores votó por Bolsonaro en contra del PT. Este último, formado en las condiciones históricas de la pos guerra, vio cómo se rompía la relación con su antigua base electoral, dejándolo en crisis luego de varios años de gobierno.
El triunfo de Bolsonaro abrió un amplio debate en las corrientes de izquierda y los movimientos sociales. Muchas corrientes, en un arco que va de la izquierda a la centroderecha, pasando por el reformismo tradicional, proclamaron el carácter “fascista” del gobierno del ex militar.
De parte de las corrientes burguesas reformistas, es común tildar de fascista a la derecha, con el objetivo de separar una “buena” democracia capitalista- a la que ellos representarían- de la “derecha antidemocrática”. Este es el clásico mecanismo de solapamiento de los elementos reaccionarios propios de la democracia burguesa, que, parafraseando a Lenin, no es otra cosa que una “democracia para los ricos”.
Pero lo sorprendente son los análisis de la izquierda, especialmente de algunos grupos que se reivindican trotskistas, que también caen en la misma lógica, con objetivos distintos. Plantear que el régimen de Bolsonaro es fascista les resultó muy conveniente para llamar a votar “críticamente” al “democrático” Hadad. Podríamos reflexionar acerca del retorno del uso de la vieja dicotomía “fascismo vs. democracia” que tanto criticó Trotsky en vida, si llamar a Bolsonaro de semejante manera no fuera una ridiculez.
El fascismo fue una corriente burguesa imperialista –colonialista, una aberración propia de la entreguerra que fue producto tanto de las cuestiones no resueltas en la Primera Guerra Mundial, como de la gran crisis capitalista a principios del ‘30, a la que el keynesianismo intentó dar una respuesta estatista que, como brillantemente analizó Trotsky, no podía sino terminar en una nueva guerra mundial.
El fascismo surgió como respuesta a los procesos revolucionarios del proletariado europeo. Hitler, Mussolini y en menor medida Franco, buscaban expandir el capital monopólico –para el cual las fronteras constituían un límite insalvable- dentro de la misma Europa como parte de la absorción territorial de los otros países imperialistas y sus colonias.
El fascismo, según Trotsky, emerge cuando la burguesía cede completamente su poder, temporalmente, ante el peligro de la revolución. En los Estados capitalistas, aún en las formas de dominación como la democracia burguesa, la burguesías comparte el poder en alianzas con la pequeña burguesía.
¿Que tiene que ver todo eso con Bolsonaro y el Brasil del 2018? Difícil de explicar. ¿Qué territorios se supone que va a colonizar Brasil? ¿Qué revoluciones se supone que va a derrotar? Como se ve, semejante caracterización no resiste el más mínimo análisis.
La otra versión –supuestamente encontrada con la de fascismo- es la que observa a Bolsonaro como un bonapartista. Si bien a simple vista este análisis parece un poco más serio, es necesario realizar algunas precisiones al respecto, ya que no estamos hablando de “cualquier” Bonaparte.
Marx definía que el bonapartismo es una particularidad que identifica a la burguesía en su dominación política, ya que no puede ejercer la misma en forma directa. La existencia del proletariado implica que los capitalistas pierdan su capacidad para conservar su dominación política con exclusividad, lo cual los lleva a buscar aliados con quienes compartir su poder o a quienes cederlo completamente, según las circunstancias, para contener y enfrentar al proletariado. En este equilibrio inestable se inscriben los procesos de lucha de clase en los extremos de la dictadura del capital y la dictadura del proletariado.
El bonapartismo es un elemento estructural del sistema capitalista, como decía Marx: “El bonapartismo es la verdadera religión de la burguesía”. En la época de la decadencia imperialista, las tendencias analizadas por Marx se han exacerbado, y en la misma descomposición y crisis recurrentes el bonapartismo es la forma inevitable que adquieren las democracias de las metrópolis, para sostener a los Estados imperialistas cuyas bases se encuentran perimidas.
Otro tipo de bonapartismo es aquel que domina en los ex Estados obreros hoy en vías de asimilación capitalista. Éste surge como una forma de autopreservación de una especie de “protoburguesía” que utiliza al Estado para consolidarse como clase capitalista y que debe enfrentar las tendencias destructivas del capital imperialista.
Sin embargo, muy lejos están los Estados semicoloniales como Brasil, que son prácticamente “semi-Estados” por su sumisión al imperialismo. Una sub-burguesía como la basilera, que no puede dominar de forma independiente y debe negociar o disciplinarse al imperialismo para poder ejercer su dominación, por su debilidad debe lidiar tanto con las tendencias liquidadoras del capital extranjero, como con un proletariado relativamente fuerte.
Trotsky para esto daba la noción de “bonapartismo sui generis”, un tipo especial de bonapartismo propio de los países oprimidos. Podemos decir que, si el bonapartismo es la tendencia estructural de los países imperialistas, existe un tipo específico de bonapartismo -de carácter pequeñoburgués- característico de la forma de dominación en los países semicoloniales, a veces con una relación más directa con el imperialismo –como el caso de Bolsonaro- y a veces dando ciertas concesiones a las masas -como lo fueron en su momento Lula o Dilma. En su relación con los sindicatos, en su desarrollo histórico muchos gobiernos bonapartistas sui generis de América Latina han logrado estatizarlos, para generar una “semi” aristocracia obrera y una burocracia sindical que se constituya como su base social. Dependiendo de la relación de fuerzas entre las clases y los procesos más generales, otros han buscado limitarlos o disciplinarlos. Pero de una u otra forma, la relación de estos bonapartismos pequeño burgueses con la clase obrera siempre ha sido inestable.
Por ello, todo concepto debe ser analizado en su proceso histórico. En la actualidad, la crisis capitalista y la misma decadencia imperialista han acelerado una cierta descomposición de los bonapartismos sui generis, lo que hace que los semi Estados y sus instituciones entren en conflicto con el desarrollo del capital y la relación con las masas, la crisis de los partidos, y la aparición de fenómenos políticos como Bolsonaro.
La caracterización precisa del gobierno de Bolsonaro no obedece a devaneos teóricos, sino que constituye una necesidad para poder intervenir de forma revolucionaria en los fenómenos de la lucha de clase.
Sin una compresión profunda de lo que sucede en Brasil se puede caer fácilmente en la desastrosa “teoría de los campos” y en un falso debate entre “democracia o fascismo”, cuestión que ya vimos suceder de manera trágica en la historia del marxismo, o en análisis gramscianos descafeinados que ve “crisis orgánicas” en todo tiempo y lugar.
El morenismo, por su parte, dejó la impronta en muchos grupos que prefieren definir el Estado y su régimen según las instituciones que utiliza para su dominación, por eso diseccionan al bonapartismo en bonapartismo judicial, militar, presidencial, de izquierda, de derecha y largos etcéteras.
Bolsonaro busca ser el representante del imperialismo norteamericano en la región, una alianza con el capital extranjero que implica una nueva relación con el proletariado brasilero, es decir, ejercer una dictadura más agresiva del capital. Debe apoyarse en el imperialismo de forma más directa, porque los votos no son garantía de base social para los ataques.
Buscará atacar a los sindicatos y sus direcciones y deberemos defender nuestras organizaciones peleando a la vez para recuperarlas de la burocracia sindical. Defenderemos los derechos de las minorías peleando por una alianza con el proletariado con un programa que enfrente al gran capital y el capital nacional. Buscaremos la alianza de los trabajadores brasileros con los trabajadores de América Latina y Norteamérica. Intentaremos soldar una fuerza revolucionaria en base a un programa transicional que vaya en la necesidad de construir un partido revolucionario en la necesidad de reconstruir la IV internacional.
Desde la TRCI impulsamos una Conferencia Latinoamericana para abordar los aspectos centrales de la situación de nuestros países y debatir un programa revolucionario e internacionalista. Llamamos a desarrollarla a las corrientes que aun defienden la dictadura del proletariado y la necesidad de reconstruir la IV. Los fenómenos por venir en nuestra región nos obligan a discutir un programa para el desarrollo de una vanguardia obrera que enfrente de forma revolucionaria a los gobiernos de turno que defienden al sistema capitalista, ya sea apelando a las botas como Bolsonaro o declamando revoluciones bolivarianas como Maduro, en el camino por poner en pie, sobre las ruinas de los regímenes capitalistas de la región, una Federación Socialista de América Latina.