Prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas de CABA
Acuña en pie de guerra contra la docencia porteña
En otro acto de hostilidad en la guerra de Juntos por el Cambio contra la docencia porteña y en particular contra sus sindicatos, la ministra de educación Soledad Acuña se estableció como abanderada de la lucha contra el lenguaje inclusivo y resolvió que se prohíba en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires. No sólo se desliga así de su responsabilidad central en la cada vez más decadente situación de la educación pública, sino que además trata de imponer un disciplinamiento político y en todos los aspectos de la vida escolar. Esta disposición va a tono con un numeroso coro conservador que plantea que las escuelas no deben discutir cuestiones políticas y repudian lo que ellos llaman “ideología de género”. Como si las escuelas fueran un terreno neutral de adquisición de un saber universal, cuando, al contrario, son instituciones de adoctrinamiento por excelencia y por eso la discusión sobre “valores” y “lenguaje” cobra una importancia fundamental. La política es parte constitutiva de la institución escolar, que tiene un carácter de clase burgués. Esta medida del ministerio de educación apunta a perseguir políticamente al activismo docente y estudiantil que impulsan el lenguaje inclusivo. Y sentará precedente para perseguir en el futuro a quienes planteen otros cuestionamientos a los dictados de las autoridades y los intereses que defienden.
Toda la docencia porteña debe levantarse en contra de esta medida del ministerio de educación de CABA y contra todo acto de persecución ideológica y política por parte de las autoridades. Hay que redoblar los esfuerzos para organizarse en la mayor unidad posible, desde cada lugar de trabajo, y enfrentar los ataques del gobierno de turno. La burocracia de UTE-Ctera ha aportado su granito de arena en el mantenimiento del orden al desmovilizar a sus afiliados y apostar toda su “oposición” a una cuestión discursiva o electoral, lejos de las luchas, por eso debemos recuperar los sindicatos de manos de la burocracia y transformarlos en una poderosa herramienta de lucha. No sólo debemos pelear por enfrentar las condiciones inmediatas de carestía de la vida que nos imponen, sino disputar la dirección de la educación. Esto dentro de un programa socialista que apunte a que la clase obrera tome el poder y el control de los medios de producción a través de su propia organización política, es decir, su propio partido.
Sobre el lenguaje inclusivo
En los últimos años se ha desarrollado en varios países de América (Norte y Sur) y Europa occidental un movimiento que apunta a cambios en el lenguaje “oficial” por considerar que refleja a una sociedad patriarcal al expresar de manera lateral los géneros femenino y no binarios y tomar como universal al género masculino. Esto se aplica prácticamente de distintas maneras, según la lengua en cuestión. En el caso del castellano, la propuesta empezó por cuestionar la “o” como universal genérico y reemplazarla o bien por una “@”, o una “x”, o una “e”, con el fin de visibilizar a las mujeres y personas no binarias. Últimamente, la “e” está cobrando más fuerza que las anteriores, ya que es más efectiva porque se puede pronunciar al leer o hablar.
Desde muchos ámbitos y muchas posturas políticas e ideológicas diferentes, esta “intervención del lenguaje” (como le dicen sus propios impulsores) ha recibido innumerables críticas y ha sido motivo de denostación y burla. A pesar de eso, es una tendencia que viene sumando adherentes entre los jóvenes, principalmente de clase media urbana, con una orientación progresista. Este fenómeno se vincula íntimamente con el movimiento feminista que se configuró en Argentina (con particularidades aquí, pero también en otros países) en la última década. Entonces, así como la lucha por conquistar una ley de interrupción voluntaria del embarazo dividió a la sociedad entre “verdes” y “celestes”, los detractores del lenguaje inclusivo quedarían incluidos entre los celestes, que a grandes rasgos expresan la defensa de los “valores de la familia cristiana” y con ellos una ideología conservadora que naturaliza las jerarquías sociales, esencialmente favorables a la clase dominante.
No obstante, entre los “verdes” impulsores del lenguaje inclusivo encontramos un mosaico bastante más amplio de corrientes políticas que van desde las liberales posmodernas, hasta el centrismo trotskista, pasando por la variante “nac&poc” peronista, entre otras tendencias. El movimiento feminista que se vincula con esta iniciativa del lenguaje inclusivo, la llamada tercera ola, a diferencia del de generaciones anteriores, tiene como rasgo fundamental la tendencia a la separación tajante de las luchas de movimientos sociales y reivindicativos de la lucha política por la conquista del poder expresada en organizaciones partidarias estructuradas en torno a un programa. Más precisamente, esta nueva generación de feministas divorció completamente la idea de conquista de la igualdad de derechos de la noción de revolución social, que inspiró a generaciones anteriores. Así, ya no se trata de tomar el poder, sino de “empoderar” a las personas. Los teóricos del lenguaje inclusivo plantean que su aspiración no es imponer un cambio gramatical, sino provocar un cambio cultural que impacte en la política y las instituciones y, con el tiempo, lograr ampliar el horizonte de derechos y conquistar mayor igualdad social. De esta manera, pretenden generar un cambio cultural desde la retórica, a través de la intervención en el discurso público. La teoría que impulsa el lenguaje inclusivo no cuestiona el sistema de instituciones de la democracia burguesa, ya que da por sentado que dentro del actual sistema democrático se pueden ampliar los derechos de las personas en general, a través de imponer leyes promovidas desde movimientos sociales reivindicativos. Sin embargo, lo que no estarían “visibilizando” es lo que está en las raíces de la desigualdad social, que es la apropiación privada del producto del trabajo social por parte la clase capitalista y, con ello, las relaciones de dominación entre clases y el carácter de clase de las instituciones como el parlamento, la justicia, la educación y el Estado.
Por último, no es el patriarcado lo que nos oprime en la sociedad actual, sino el capital. El capitalismo asimiló al patriarcado y con ello la opresión de la mujer y las minorías. Pero aún el capitalismo más laico e inclusivo sigue siendo opresivo, porque se basa sobre la explotación de una clase sobre otra.
Por supuesto que la batalla ideológica es un aspecto fundamental de la lucha de clases, ya que la clase dominante impone la ideología dominante. Por eso, es una tarea fundamental de la propaganda marxista desnudar el carácter de clase de las instituciones de la burguesía y desarticular sus artilugios para ocultar detrás de una envoltura “democrática” la dictadura del capital. No se trata de combatir alguna forma específica de dominación del capitalismo, sino de luchar por la destrucción del capitalismo. Toda noción que soslaye este contenido de clase, puede convertirse en un elemento de confusión y distracción para el proletariado en su objetivo de lucha por el poder. En este sentido, el lenguaje inclusivo no tiene ningún contenido revolucionario específico, ni representa la ideología del proletariado erigido como clase que aspira a la dirección de la sociedad, al menos por el momento. Sin dudas, a lo largo de la historia los cambios lingüísticos más profundos se han producido a partir de importantes cambios sociales, políticos y económicos y hemos de esperar que esto suceda en los acontecimientos revolucionarios del porvenir. Serán bienvenidos. En todo caso, sostenemos que el marxismo revolucionario es la herramienta por excelencia de combate político e ideológico contra la clase dominante en sus diferentes formas de dominación.