Ver nota en italiano
***
El reaccionario gobierno de la derecha italiana, liderado por Giorgia Meloni (admiradora, correspondida, de Trump y Milei), lleva tiempo mostrando el duro y feroz rostro de un régimen represivo que va desde los decretos de seguridad hasta los antiinmigración, desde el ataque al derecho de huelga hasta el apoyo político, económico y militar al ilegítimo Estado terrorista de Israel. Y es aquí donde el sindicalismo italiano, especialmente la CGIL, tendría la oportunidad de desempeñar un papel protagonista en la oposición al gobierno de los patrones y los banqueros, y al genocidio, un papel para el que, como siempre, parece no estar a la altura.
Porque, a pesar de todas las amenazas, los insultos, las convocatorias a servicio de huelguistas y las medidas represivas de Meloni, Salvini y los demás secuaces del Gobierno, la movilización sigue creciendo y la jornada de huelga y movilización por Gaza (en la que, precisamente, la CGIL estuvo ausente) del 22 de septiembre nos ha ofrecido un clara demostración.
Todas las ciudades en pie de guerra por Palestina
La huelga general, convocada por los sindicatos de base, que se une a la realidad palestina en movilización permanente, contó con manifestaciones y acciones en más de 80 ciudades italianas, la interrupción de los servicios en varios sectores, entre ellos las escuelas, las universidades y el transporte. Se calcula que prácticamente un millón de personas bloquearon plazas y autopistas, puertos y estaciones, en una jornada que marcó un cambio de tendencia con respecto a la desmoralización de los últimos años. Y otra señal muy importante fue la solidaridad de aquellos ciudadanos que, a pesar de los inconvenientes causadas por los atascos en las carreteras cercanas a los bloqueos, aplaudieron a los manifestantes e incluso levantaron carteles improvisados para expresar su solidaridad con ellos y con los martirizados habitantes de Gaza y Cisjordania. Como contrapeso a esta aprobación, la clase política patronal y prosionista de siempre, con sus medios de comunicación del régimen, tuvo que centrarse en la autodefensa de los manifestantes frente a las porras, los gases lacrimógenos y los hidrantes de las fuerzas del orden, como en la estación de Milán o en la circunvalación de Bolonia.
Así, las declaraciones de los políticos y los titulares de los periódicos y los telediarios creyeron, estúpidamente, que podían restar importancia a las gigantescas manifestaciones de Roma (100.000 personas, circunvalación bloqueada también allí y facultad de Letras de la Sapienza ocupada), las mismas manifestaciones impresionantes de Milán y Bolonia, las de Nápoles, Pisa y Turín (con la ocupación de las vías en las estaciones centrales), los bloqueos de carreteras en Florencia, Cagliari, Bari y Palermo. Aún más significativos fueron los bloqueos en los puertos, a menudo protagonizados por los propios trabajadores portuarios, por los que transitan los barcos de la muerte cargados de armamento y tecnología militar para el genocidio sionista. Bloqueos, algunos de los cuales duraron más de un día, que afectaron tanto a la ruta del Tirreno (Génova, Livorno, Salerno) como a la del Adriático (Venecia, Rávena, Ancona, Tarento). El transporte público se detuvo, en diferentes franjas horarias, prácticamente en todas partes. En algunos casos, incluso los taxis, los teatros y los comercios se sumaron a la jornada de movilización. Por supuesto, estuvieron presentes muchos trabajadores de la sanidad, con el lema autoorganizado «Sanitari per Gaza» (Sanitarios por Gaza), y muchos docentes, que a menudo acudieron a la plaza con sus alumnos.
Sobre el papel de la CGIL y las banderas de la paz de Landini: timidez y ambigüedad sobre el holocausto de los palestinos
Pero pasemos ahora a las notas dolorosas: la ausencia y la completa irrelevancia de la que, en números, es la mayor organización de la clase obrera, sin duda la mayor organización sindical italiana, la CGIL. Una irrelevancia fruto de una historia reciente salpicada de errores más graves de lo habitual.
Como buen burócrata, oportunista y reformista, su secretario, Maurizio Landini, en nombre de las instituciones democráticas, acudió al último Congreso de la CGIL (2023) para invitar a la primera ministra, que entretanto ya había comenzado su labor de masacre social, a pronunciar un discurso ante la audiencia del congreso. Meloni no dejó pasar la oportunidad de hablar de unidad nacional y paz social, del bien de la «nación» y del espíritu de comunión, entre el silencio atónito de la mayoría de la CGIL y los himnos partisanos de la minoría de ese sindicato, que, sin embargo, no encontró nada mejor que hacer que cantar el «bella ciao». No hubo ninguna protesta real organizada ni en el Congreso (que simplemente había que bloquear para impedir que interviniera una verdugo de los trabajadores) ni en los lugares de trabajo. Obviamente, al día siguiente de esa cita, la mayoría del Gobierno volvió a golpear con sus medidas legislativas a la clase trabajadora.
La elección de Trump y la política de aranceles con la que ha intensificado la guerra comercial contra el mundo entero ha sembrado el pánico entre los gobernantes burgueses y esa izquierda reformista que «no la vio venir» (al igual que gran parte de la izquierda centrista no vio venir la guerra, cuya posibilidad se negó hasta el último momento).
Aún más grave es la actitud que la CGIL sigue manteniendo ante el genocidio en Palestina. Algunas declaraciones televisivas, unas horas de huelga con miserables piquetes que no tienen nada que ver con el movimiento pro Gaza y alguna bandera de la paz descolorida junto a la palestina. Eso es todo. Pero un sindicato con 5 millones de afiliados tendría el deber de movilizar a sus trabajadores contra el exterminio de más de 70.000 civiles (de los cuales más de la mitad son mujeres y menores) a manos del ocupante sionista (el enclave imperialista de Israel) de todas las formas posibles, bloqueando el tráfico de armas y el comercio tout court con un Estado genocida (que por su crueldad es en todo comparable a la Alemania nazi), e incluso bloqueando la producción, recurriendo a una huelga política seria y prolongada, tan justificada como nunca.
Nunca se han escatimado críticas a los sindicatos de base, a menudo burocráticos y sectarios, pero no hay ni una sola sigla del sindicalismo de base que no haya puesto en marcha iniciativas de lucha contra el sistema político, mediático e industrial cómplice de los sionistas asesinos. Los trabajadores de la CGIL solo tienen una forma de recuperar el terreno perdido: luchar sin descanso contra su propia dirección, desobedecer sus instrucciones contratias a la convocatoria de huelgas y la participación en ellas, aprovechar la ocasión de estos días de indignación general para abandonar definitivamente la alianza orgánica con la UIL y con el sindicato carnero progubernamental (y propatronal) de la CISL (ambos reacios a proclamar ni siquiera una hora de huelga por las masacres, el hambre, la destrucción y la ocupación de Palestina), aprovechando la participación de la mayoría de los sindicatos autónomos y de base para intentar aliarse con ellos en la construcción de plataformas de trabajo combativo.
Entre rivalidades y límites, los sindicatos de base toman la escena
Hay que reconocer, en cambio, que esos sindicatos de base, USB, CUB, SGB, AdL y SI Cobas, han puesto todo su corazón en superar el obstáculo (el obstáculo, en primer lugar, de sus divisiones y rivalidades). Hay que reconocer que han comprendido la urgencia y la gravedad del momento y se han esforzado para que no se produjera el habitual momento ritual en la plaza que habría decepcionado las expectativas de una enorme masa de palestinos de Italia, estudiantes y trabajadores, propios y ajenos.
Ya hemos hablado de los métodos de lucha. Por lo demás, la plataforma política era clara y ya estaba contenida en el nombre de la movilización: ¡BLOQUEEMOS TODO! Un llamamiento que partió del Colectivo Autónomo de Trabajadores Portuarios (Collettivo Autonomo Lavoratori Portuali, CALP) de Génova, que luego dio la vuelta a Italia y llegó a las plazas el 22 de septiembre. Bloquear toda actividad para: aislar a Israel; dejar de alimentar a sus asesinos de las IDF (Israel Defense Forces, Fuerzas de Defensa de Israel); defender a la Flotilla Global Sumud y a la Coalición Flotilla de la Libertad, las embarcaciones de voluntarios internacionales que navegan contra el atroz asedio de las costas palestinas; romper toda relación comercial, diplomática y de colaboración de cualquier tipo con un Estado ocupante que ha utilizado todas las formas de matanzas y terrorismo (bombardeando escuelas, hospitales y ambulancias, matando a trabajadores humanitarios y periodistas, quemando vivas a familias en las tiendas de los campos de refugiados, desplazando diariamente, matando de hambre y sed a toda la población y utilizando francotiradores contra los palestinos que hacen cola para recibir comida, favoreciendo la propagación de epidemias, y la lista podría continuar durante mucho tiempo).
Pero el mérito de haber permitido la existencia de un movimiento que ahora es mundial recae sin duda en la heroica Resistencia palestina, que tras dos años de abusos de todo tipo sigue muy viva, y en todo ese pueblo, que se ha convertido en la expresión de la adopción de la cuestión de una guerra de clases declarada al proletariado internacional por el imperialismo y por ese sistema capitalista que ahora no es más que barbarie.
Las izquierdas reformistas y centristas a remolque de uno u otro bando
¿Y las organizaciones políticas de izquierda? Lamentablemente, el panorama desde este punto de vista es desalentador.
Las izquierdas reformistas, ahora huérfanas de un cuerpo militante, están históricamente vinculadas a la mayoría de la CGIL y son incapaces de plantear cualquier discurso serio de oposición en su seno. La excepción es Potere al Popolo, tanto porque tiene un pequeño cuerpo militante como porque está orgánicamente vinculada al sindicato de base USB, pero también en este caso se trata de un pequeño partido que solo constituye un vagón del tren. La naturaleza reformista de esta fuerza política y aquella burocrática y vétero-estalinista de esa fuerza sindical impiden cualquier posibilidad de llevar adelante un programa revolucionario dentro de sus filas, ni siquiera en objetivos simples. Además, las izquierdas reformistas, en Italia como en todas partes, siguen vinculadas al fantasma de Fatah, que hoy en día ya no expresa una realidad que lucha por la liberación de Palestina, sino solo una autoridad estatal inerme, corrupta y colaboracionista con el ocupante.
Las izquierdas centristas no gozan de mejor salud. Ya sea que su matriz ideológica sea bordiguista o se autodenomine trotskista, muchas de ellas producen discursos en algunos casos sectarios y minoritarios y en otros, por el contrario, abstractos y esclerotizados, tanto sobre la intervención sindical como sobre la cuestión palestina. En cuanto a lo primero, se va desde la exaltación de los pequeños sindicatos duros y puros (que luego no son tan puros), con unas pocas decenas de miles o, como mucho, unos cientos de miles de trabajadores, hasta la intervención exclusivamente dentro del cadáver de la CGIL. Con la opción número uno se corre el riesgo de tener un papel importante en las plazas, como hemos visto, pero irrelevante en los lugares de trabajo, con la opción número dos se corre el riesgo de lo contrario. Los diversos grupos italianos que se remiten al trotskismo prefieren, en cualquier caso, este segundo tipo de intervención sindical, dentro del único sindicato realmente de masas, aunque en declive, y en particular en sus minorías de izquierda. Es una elección que sin duda sigue la práctica leninista, pero hay que tener en cuenta que tanto Lenin como Trotsky siempre invitaron a no seguir recetas y dogmas, sino a analizar la realidad concreta y extraer de ella el método más funcional para la lucha de clases efectiva. Ahora bien, que las plazas de la CGIL estén cada vez más vacías y que el intento de salir del paso con cuatro horas de huelga tres días antes de la de los sindicatos de base haya fracasado son hechos, el problema es que cuando han movido algo la cosa ha ido aún peor (ver Foto).
La pancarta exhibida por los metalúrgicos de la CGIL (FIOM) de Génova, que se considera una de los sectores más combativos de ese sindicato, fue una vergüenza absoluta, además de una completa idiotez. En primer lugar, porque Israel ES el imperialismo, es una entidad colonial cuyas estructuras organizativas, sociales y políticas son funcionales para el mantenimiento de la ocupación de esa tierra. Israel no es un Estado, sino un enclave de ocupación, por tanto no tiene clases nacionales, ni burguesía ni proletariado. Por lo tanto, no hay fuerza progresista en Israel que no esté involucrada en la ocupación, incluida su clase trabajadora, parte del proyecto colonial (y el genocidio). La Histadrut, el principal y histórico sindicato israelí, de matriz laborista, contiene la segregación racial como elemento fundamental de su existencia. Es decir, excluye sic et simpliciter a los trabajadores árabes por motivos étnicos, simplemente porque Israel se basa en la segregación o no es. Además, dado el amplio recurso a los reservistas por parte del sanguinario ejército israelí, es probable que muchos de esos trabajadores a los que se hace referencia de manera simplista, repitiendo fórmulas de manera abstracta, hayan participado casi todos en las diversas masacres de Gaza y tengan las manos manchadas de sangre como todos los demás. Los únicos aliados que tienen los palestinos dentro del enclave sionista, así como fuera de él, son los judíos antisionistas, es decir, aquellos que reniegan del Estado de Israel como máquina de muerte y opresión vinculada al imperialismo estadounidense y europeo. Todo esto parece no ser tenido demasiado en cuenta por la CGIL, que de hecho defiende la perspectiva de los dos Estados, y por aquellos bordiguistas o autodenominados trotskistas, a quienes a menudo no pertenece esa perspectiva, pero que liberan a ese sindicato de esa enorme responsabilidad.
Por una intervención sindical antiburocrática y revolucionaria
Una vez más, el 22 de septiembre, los trabajadores y las trabajadoras demostraron ser una fuerza sin igual. En un período de decadencia del bárbaro sistema capitalista desde todos los puntos de vista, es necesario impulsar aún más a la clase trabajadora y a sus vanguardias. Es cierto que la represión seguirá creciendo momento a momento, pero también crecerá toda forma de lucha contra las injusticias, de las que el genocidio en el enclave imperialista de Israel se erige en este momento como símbolo absoluto.
Pero es necesario que las fuerzas combativas de la clase proletaria dejen de luchar entre sí y se concentren en el enemigo. En la CGIL corremos el riesgo de encontrarnos ante una oposición interna puramente simbólica, desarrollada más en el papel que en las luchas reales, que serán las únicas capaces de cuestionar la línea de los dirigentes burocráticos. La voluntad, por ejemplo, de no apoyar realmente y propagar entre los trabajadores las huelgas del sindicalismo de base, con plataformas más avanzadas, es un defecto evidente en la estrategia que hace que esta forma de oposición sea funcional a la acción de las cúpulas, cuando no directamente un apéndice de ellas.
Pero los problemas de burocratización no eximen al sindicalismo de base, que, aunque en los últimos años ha dado pasos adelante, por ejemplo, proclamando huelgas unitarias (al menos en sus intenciones) y promoviendo jornadas como la del 22, sigue anclado en lógicas autorreferenciales, necesarias para mantener el control sobre sus afiliados. La mayoría de las huelgas siguen estando separadas y son objeto de boicots mutuos, que se suman a los de las huelgas de la CGIL. Para los militantes comunistas revolucionarios serios, la alternativa entre la intervención en la CGIL y la intervención en los sindicatos de base es estéril. La única solución es la construcción de una tendencia intersindical que promueva la unidad de los trabajadores combativos y antiburocráticos en la CGIL, en los sindicatos de base o incluso en los que carecen de representación sindical.
Luchamos por la formación de una corriente sindical clasista que rechace la conciliación como método, reúna a los elementos más combativos presentes en las distintas organizaciones sindicales y dé su contribución fundamental al enfrentamiento de clases, hasta la derrota de la patronal, del imperialismo y de sus Estados títeres como Israel.
Al lado de la Resistencia palestina y por una salida internacionalista y revolucionaria a la ocupación sionista/imperialista en Palestina
Yendo al meollo de la cuestión, el repugnante genocidio en Palestina, es necesaria una respuesta tan radical como la crueldad sionista. La masacre que está teniendo lugar en la Franja de Gaza por parte del Estado terrorista de Israel supone un salto cualitativo en la política de ocupación y limpieza étnica llevada a cabo desde 1948. La acción de las organizaciones palestinas de la Resistencia el 7 de octubre fue un golpe no sólo a Israel, sino a todo el imperialismo occidental en la región. Los marxistas revolucionarios defendemos el derecho de los oprimidos a defenderse con los medios a su alcance. El apoyo a la resistencia palestina, a menudo ausente en la izquierda centrista, e incluso a veces en algunas corrientes de inspiración trotskista, no nos impide recordar que la victoria del pueblo palestino depende de la transformación del conflicto actual en una revolución que conquiste una Palestina laica y socialista. Y dado que la política de guerra sionista corre cada vez más el riesgo de convertirse en un conflicto regional, y en parte ya lo es, con ataques en el Líbano, Yemen, Irak, Siria, Irán y Qatar, la perspectiva revolucionaria abarca hoy más que nunca todo Oriente Medio, hasta el norte de África.
Pecora Rossa