Estados Unidos viene mostrando cifras de crecimiento que, en términos estadísticos, acumulan 9 años de recuperación. Las cifras de la economía son elocuentes: tasa de desempleo del 3,8%, crecimiento del consumo y la inversión, inflación controlada en un 2,4% anual. Estas cifras sustentan el cambio en la política monetaria que inició la FED el año pasado pero que comenzó a profundizar en abril, desandando una hoja de ruta de elevación paulatina y sistemática de tasas de interés. La economía norteamericana, tan vigorosa que se muestra, creció con los anabólicos de las tasas tendientes a 0%, y ahora los gerentes a cargo del Estado norteamericano consideran que es hora de quitar las muletas.
La baja de impuestos que fue la primera gran medida de Trump con su reforma tributaria, premia a los sectores más concentrados de la clase capitalista. Mientras tanto, el crecimiento promedio de los salarios apenas equipara el ritmo de la inflación. Dos caras del crecimiento. Al mismo tiempo, los economistas burgueses auscultan preocupados el horizonte, calculando que la recuperación de la crisis de 2008, aun habiendo sido demasiado débil, no puede durar mucho tiempo más. Las políticas agresivas del imperialismo norteamericano hoy dirigido por Donald Trump responden a la necesidad de prepararse para descargar las contradicciones sobre viejos enemigos y también sobre los aliados de siempre. Para ello, EEUU necesita recuperar su hegemonía mundial.
EEUU y el mundo
El imperialismo yanqui no quiere desaprovechar su muy relativa fortaleza económica interna para desde allí buscar trastocar las relaciones en el sistema de estados establecidas en la posguerra. Esto es tan evidente que Donal Tusk, presidente del Consejo Europeo, acusó abiertamente a Trump: “Lo que más me preocupa es que el orden internacional basado en normas está siendo atacado. Y lo que es bastante sorprendente, no por los sospechosos habituales, sino por su principal arquitecto y garante, Estados Unidos”. Esta desesperada constatación fue hecha luego de la fracasada cumbre del G7 (EE UU, Canadá, Francia, Alemania, Japón, Reino Unido e Italia) de principios de junio, en la que EEUU pateó el tablero, desairando a los “laderos habituales” del imperialismo yanqui, principalmente en el rubro del comercio internacional. Y es que la cumbre se dio sobre el fondo de la ratificación de los aranceles al acero y el aluminio impuestos por la administración norteamericana, que habían sido suspendidos para negociar con la Unión Europea (UE) y los socios del NAFTA. La guerra comercial iniciada por Trump se profundiza.
Los aliados europeos y Canadá, luego del G7, se quejaron porque Trump les daba la espalda mientras acordaba nuevos términos de comercio con China, confundiendo las tácticas de negociación con un cambio de alianzas geopolíticas. Error. El viernes 15 de junio, la casa blanca confirmó nuevas tarifas destinadas a productos tecnológicos provenientes de China, que significan importaciones por un total de U$S 50.000 millones. China amenaza con represalias del mismo calibre. La guerra comercial de EEUU está principalmente dirigida contra China.
Mientras el G7 hacía agua en Canadá, los presidentes de Rusia y China se reunían en otra cumbre el sábado 9 de junio en China, en el marco de la Organización para la Cooperación de Shanghai, un foro de países asiáticos creado por Pekín. Estuvieron presentes India, Irán y Pakistán, junto a otros países de Asia central. El comercio también fue el tema central de esta cumbre, que viene impulsando la política de inversiones chinas en infraestructura regional conocida como la nueva ruta de la seda. En el acuerdo bilateral ruso-chino, el objetivo es más que duplicar el intercambio comercial de acá a 2020, de U$S 90.000 a U$S 200.000. China se presenta en este acuerdo como el sostenedor económico de una Rusia que viene jugando fuerte en el plano geopolítico (intervenciones en Ucrania y Siria, anexión de Crimea) pero cuya economía está en serios problemas. Las contradicciones de la asimilación de ambos países al sistema imperialista mundial hace muy difícil que este plan, que hoy por hoy aparece más bien como un posicionamiento defensivo ante la agresividad imperialista, se lleve adelante sin enormes sobresaltos.
Finalmente, es de advertirse la importancia de la cumbre entre EEUU y Corea del Norte en Taiwan donde se logró una distensión de las relaciones y una propuesta de plan para el desarme de la infraestructura nuclear norcoreano y la promesa yanqui de la progresiva desmilitarización de la península. La importancia que Trump le da al frente asiático de la política exterior yanqui está directamente relacionado con su ofensiva hacia China. Podemos leer esto también en las 2 excepciones que se mantiene en los aranceles al acero y el aluminio, una es Corea del Sur. La otra es Argentina.
El problema de la asimilación
La principal argumentación de la administración yanqui para impulsar su guerra comercial se basa en los desequilibrios de la balanza comercial, que arrojó un déficit de cuenta corriente de U$S 556.000 millones el año pasado. De este déficit total, U$S 375.000 millones corresponden al comercio con China, y U$S 151.000 millones al intercambio con la UE. La ofensiva sobre China responde a razones más profundas. Y es que luego de la caída del Muro del Berlín y la restauración capitalista de los ex Estados Obreros de los países del bloque liderado por la URSS, China y Rusia no han sido plenamente asimilados al sistema imperialista mundial. La política de Trump es intentar romper el bloque entre ambos países. Por eso reclamó al G7 la reincorporación de Rusia y también ofreció ayuda económica a Putín. La relación con China es más compleja por el enorme peso de ambas economías.
En términos históricos, la asimilación implica la incorporación de China y Rusia en el sistema de Estados como semicolonias, perspectiva que resisten las capas protorbuguesas que intentan utilizar el peso de los aparatos estatales de ambos países para convertirse en burguesías de manera plena. Por supuesto, estos procesos son tortuosos y están minados por enormes contradicciones, determinadas por un elemento fundamental: que el capitalismo mundial está en una fase de descomposición, lo que dificulta al máximo que este sistema social pueda dar bases materiales al nacimiento de una nueva burguesía imperialista pujante, ya sea china o rusa. Pero al mismo tiempo, como la otra cara de la misma moneda, esa misma descomposición del capitalismo pudre las bases que permitirían al imperialismo yanqui incorporar como semicolonias a esos territorios. A un plazo más o menos corto, la perspectiva son enfrentamientos cada vez más agudos, que pueden llevar de la guerra comercial y a choques bélicos más abiertos que los actuales.
No hay que olvidar que la descomposición capitalista no sólo enfrenta a bloques burgueses, sino que descompone las bases sociales de los estados. Esto ha llevado a conflictos de extrema gravedad en Medio Oriente, pero esta tendencia también avanza en Latinoamérica.
Los sepultureros del imperialismo
En la ofensiva del imperialismo norteamericano, el principal enemigo es el proletariado mundial. Si bien Trump intenta seducir a una fracción aristocrática de la clase obrera norteamericana en su proyecto de ofensiva imperialista, la clase en grueso está sufriendo su política de apoyo explícito al gran capital imperialista. La burocracia sindical de la AFL-CIO, principal central obrera del país, hace un doble juego. Critica a Trump por sus políticas fiscales pro empresariado, al tiempo que apoya la guerra comercial. La burocracia también ha visto un proceso de organización, surgido en las fábricas y lugares de trabajo, que desde la crisis viene desarrollándose en las diferentes ramas, buscando capitalizarlo a través de una ofensiva por la afiliación que ha llevado a una relativa recuperación de la sindicalización en el país (262.000 nuevas afiliaciones el año pasado). Por supuesto, el objetivo es la contención de nuestra clase para atarla a algún proyecto burgués. Políticamente, Trumka, presidente de la central, llama a jugar las cartas en las próximas elecciones de medio término, distanciándose del Partido Demócrata en crisis y llamando a atraer “republicanos que se paren junto a los trabajadores” (discurso de Trumka en la convención de la UAW, 13/6/2018).
En los últimos años, nuestra clase ha desarrollado importantes luchas en EEUU, como la de los telefónicos, los docentes, las enfermeras, los petroleros y los automotrices. La debilidad de la izquierda y de las tendencias combativas, que son incapaces de romper con la burocracia o a lo sumo terminan abrazando a direcciones pequeñoburguesas como la de Bernie Sanders, es expresión de la crisis de dirección revolucionaria del proletariado mundial. Esta crisis, que como decía Trotsky es la crisis de la humanidad, debemos saldarla con una audaz política internacionalista. Por eso, la enorme tarea que tiene por delante el proletariado norteamericano consistente en enfrentar al Estado imperialista y a su personal político en su ofensiva sobre el conjunto del planeta, debe ser ponderada en su contenido antiimperialista e internacionalista. Los combates actuales y por venir serán el terreno para dar la lucha por el programa de transición como programa para los sindicatos recuperados de manos de la burocracia, lucha que permitirá unificar a la vanguardia y regenerar una dirección marxista. La reconstrucción de la IV internacional y su sección norteamericana se tornan una necesidad histórica si los trabajadores asumimos nuestra tarea de convertirnos en los sepultureros del imperialismo.