El 24 de febrero de 2022, Putin, en lo que denominó “Operación especial”, invadía Ucrania para impedir el avance de la OTAN en la zona y la posible incorporación de este país a ser miembro de dicha institución.
A un año de esa invasión, la operación especial fracasó y la guerra se sigue desarrollando. Ucrania, con el apoyo de la OTAN, sigue resistiendo el ataque ruso y ha logrado empantanar el frente militar de Rusia, inclusive haciendo que retroceda en algunas zonas conquistadas a lo largo del conflicto.
La guerra se desarrolla en medio de una crisis mundial, con los coletazos de la pandemia, por lo que se ha agudizado y acelerado esta situación, llevando a la economía mundial a un proceso de recesión, con inflación y tendencias a la depresión. La extensión de la guerra sin salida aparente, por lo menos en el corto plazo, genera grandes desequilibrios políticos en los regímenes con intervención en algunos lugares de procesos de masas; algunos más directamente vinculados a la guerra, como las movilizaciones que llevaron a la caída del gobierno en Moldavia, y otros espoleados por las consecuencias de la misma, como las huelgas por salario en Gran Bretaña, Francia y otros países europeos.
En este escenario se mezclan una línea diplomática de salida al conflicto con una política más guerrerista de preparación ante una escalada militar más ampliada. Rusia rompe pactos en los acuerdos nucleares y amaga con una ofensiva en el campo militar en Ucrania. EEUU anuncia mayor apoyo militar y económico para Ucrania y detrás de esta línea disciplina a la UE y los países que son parte de la OTAN. China intenta mediar ante estas líneas, buscando mantener su alianza con Rusia, pero buscando otro interlocutor interno en Rusia que no sea Putin. China busca una negociación para un hipotético proceso de paz, planteando plebiscitos por la autonomía en la zona del Donbass, que Crimea siga en manos de Rusia, pero que se repliegue militarmente en el resto de Ucrania.
La OTAN utiliza este conflicto bélico para acelerar el proceso de asimilación de los ex Estados obreros, tratando de imponerles condiciones de carácter semicolonial. Por eso, en el territorio ucraniano se están definiendo procesos históricos inconclusos, en la necesidad de supervivencia del sistema capitalista.
La asimilación de los ex Estados obreros se plantea en la arena mundial y no en las particularidades de cada país. Es un grave error caracterizar esta guerra como un problema de autodeterminación nacional o defensa de la soberanía de alguno de los bandos en disputa, dejando de lado el problema fundamental de las relaciones sociales de producción y las contradicciones aun no resultas en el proceso de restauración capitalista de los ex estados obreros. Por eso sostenemos la unidad revolucionaria del proletariado ucraniano y ruso en contra de sus gobiernos actuales, contra esta guerra que no defiende ninguno de nuestros intereses como clase. Para que se desarrolle el internacionalismo es de primer orden la reconstrucción de la IV Internacional.
Llamamos a una Conferencia Internacional a las corrientes trotskistas que aun reivindiquen la dictadura del proletariado. Por la unidad internacionalista de los trabajadores en contra del imperialismo y la OTAN. ¡Por la expulsión de las tropas rusas de Ucrania! Por una federación de repúblicas socialistas de Europa y Asia.
24 de febrero de 2022
El gobierno de Putin realizó una acción militar denominada “operación militar especial” en Ucrania, aduciendo una defensa en la región prorrusa del Donbass. Rusia bombardeó objetivos militares y estratégicos en Ucrania y amenaza con una invasión de sus tropas por distintos flancos a una Ucrania asediada.
Putin justifica el ataque diciendo que busca garantizar la independencia de las autodenominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugannsk, que durante los últimos 8 años han sido atacadas por el ejército ucraniano. De esta manera intenta desestabilizar al gobierno de Ucrania, que es aliado de la OTAN.
La respuesta del imperialismo norteamericano y de la UE es mayores sanciones económicas para que Putin desista de su avance guerrerista. Por otro lado, China intenta hacer equilibrio en esta situación de caos.
Ante este escenario los revolucionarios debemos intervenir planteando una salida obrera a la crisis que se ha abierto, para intervenir de forma independiente en una situación mundial signada por la crisis económica y acelerada por la pandemia. Debemos agitar ante el conjunto de los trabajadores que esta no es nuestra guerra, que es totalmente ajena a los intereses históricos del proletariado. Los intereses que persiguen la OTAN y el imperialismo son los de asimilar como una semi colonia a los ex Estados obreros. Por el lado del gobierno de Putin se busca sostener una burocracia restauracionista que no está dispuesta, en su transición al capitalismo, a ser una simple semi colonia.
Las “severas sanciones económicas” que plantea el imperialismo se pagarán a costa de una mayor explotación de nuestra clase, no solo en sus propios países, sino de la expoliación de las semicolonias. Es por eso que debemos unir a los trabajadores en contra de los gobiernos de turno e impedir, con métodos obreros, que se ponga en marcha la maquinaria militar para defender intereses imperialistas. En la región en conflicto debemos buscar la unidad entre el proletariado ucraniano y el ruso para detener la restauración capitalista en curso y retomar las tareas revolucionarias que quedaron inconclusas. Esto partiendo de recuperar lo más avanzado de las lecciones del proceso revolucionario de octubre, como la conformación de federaciones como forma estatal de la dictadura del proletariado, lecciones que no por casualidad tanto el imperialismo como Putin y los restauracionistas rusos aborrecen y quieren borrar de la historia.
Este conflicto se desarrolla en medio de una descomposición del imperialismo y un proceso de asimilación de los ex Estados obreros. El imperialismo norteamericano intenta retomar la hegemonía mundial, mostrando a su paso su debilidad histórica, mientras que las burocracias al mando de los ex estados obreros de Rusia y China intentan mantener el lugar conquistado dentro del sistema capitalista en crisis.
A los que nos reivindicamos marxistas revolucionarios llamamos de forma urgente a las corrientes que aun levanten la dictadura del proletariado a una Conferencia Internacional para discutir un programa y acciones internacionalistas en común.
La escalada belicista por intermedio de la OTAN para disciplinar las zonas de influencia de Rusia, en este caso en Ucrania, la cual el imperialismo norteamericano pretende que pertenezca a la OTAN contradiciendo la consideración de Rusia de que debe estar bajo su influencia, ha entrado en la diplomacia de las armas.
Esta situación se da en un contexto internacional donde la supuesta normalidad de la post pandemia es un espejismo, ya que la variante ómicron sigue demostrando que no está solucionado el problema del covid.
El territorio en disputa, Ucrania, condensa los procesos históricos del último periodo. Fue parte de la URSS, parte de su proceso de disolución y de las disputas territoriales en la formación de su Estado, considerando que en su momento fue uno de los motores económicos de la ex URSS por su petróleo y recursos naturales.
Este conflicto debe enmarcarse dentro de una etapa histórica que nosotros definimos como un proceso combinado de descomposición del imperialismo y de asimilación de los ex Estados obreros. Consideramos importante hacer esta precisión en el análisis, porque nos permite entender mejor el fenómeno, en el cual el imperialismo norteamericano en su decadencia pretende recuperar la hegemonía mundial e intenta asimilar a Rusia al sistema capitalista mientras la protoburguesia rusa negocia la condición de su transición al capitalismo.
Los marxistas sostenemos que la asimilación de los ex Estados obreros se desarrollará en la arena mundial, donde se definirá si su transición es a Estados o semi Estados semi coloniales, o si en el desarrollo de la restauración capitalista se dan procesos revolucionarios, con revoluciones complementarias -como denominaba Trotsky a las revoluciones internas que corregían el rumbo de las transiciones en la dinámica de revolución permanente-, donde derrotemos la transición capitalista y formemos un nuevo Estado obrero. La burocracia rusa que sobrevivió del estallido de la URSS, pero que no pudo convertirse en clase burguesa por su relación con los medios de producción aun estatales en su mayoría, no puede conformarse como clase y por lo tanto dificulta la formación de un Estado burgués y esa contradicción llevado al plano internacional obliga a esa protoburguesía en formación a la autoadaptación al proceso de restauración capitalista conquistado parcialmente, defendiéndolo y buscando áreas de influencia mediante mecanismo económicos o militares como fue la anexión de Crimea en 2014.
En la transición del capitalismo al socialismo, allá por 1917, Trotsky se preguntaba si la burocracia soviética iba a ser asimilada en el proceso de transición, situación que no se dio y fue esa burocracia la que truncó la extinción del Estado y se conformó en un bonapartismo que preparó las condiciones para la restauración capitalista. Lo que no pudo prever esa burocracia fue que su asimilación al sistema capitalista se produciría en momentos de una decadencia histórica y sin garantías de supervivencia.
Mientras tanto el imperialismo norteamericano intenta, en medio de una crisis mundial que la pandemia vino a acelerar, recuperar terreno perdido en la arena mundial, utilizando su poderío militar para disciplinar a sus aliados como la UE, que está en crisis total, y mostrar su dirección ante su enemigo número uno, que es China. La debilidad de EEUU para imponer su poderío es su situación interna, ya que no puede recrear una base social que apoye una eventual guerra.
Asistimos a una situación mundial convulsiva donde hemos presenciado procesos de masas en distintos puntos del mundo enfrentando la política imperialista ante la pandemia y los ataques a las condiciones de vida de la población.
El conflicto abierto entre Rusia y la OTAN obliga a los revolucionarios a una gran campaña internacional para que los trabajadores intervengan en contra de la OTAN y sus países miembros e impulsen la solidaridad entre el proletariado ucraniano y ruso para enfrentar la restauración capitalista con métodos revolucionarios. Es necesario que el proletariado de esta región recupere lo más avanzado de las lecciones del proceso revolucionario, como la conformación de federaciones como forma estatal de la dictadura del proletariado.
La crisis mundial y la pandemia aceleraron las definiciones históricas en la situación internacional para la supervivencia del imperialismo norteamericano y para clausurar el periodo de los Estados obreros. En esta situación los marxistas tenemos grandes desafíos y responsabilidades.
Jueves 2 de enero por la madrugada. Drones asesinos enviados por Trump bajo el consejo del alto mando militar yanqui disparan sobre el general iraní Qasem Soleimani, que muere junto a varios colaboradores. Soleimani se encontraba en Bagdad y fue ajusticiado sin juicio previo, como otros tantos bajo el fuego imperialista. Pero en este caso, se trata de un funcionario de un Estado extranjero, y en territorio de otro Estado, en los papeles independiente, aunque queda claro que la ocupación de Irak por parte de los yanquis nunca cesó en 17 años.
Trump vacila. Su política era retirar a las tropas norteamericanas de Medio Oriente, incluyendo Afganistan e Irak. Quiere usufructuar que EE.UU. ya no depende tanto del petróleo de la región gracias a la “revolución del fracking” dentro de su propio territorio y a una eventual “recuperación” de Venezuela. Pero los altos mandos del Pentágono lo convencen de que debe responder al ataque a la embajada norteamericana en Irak, producido el último día del 2019. Ese ataque tuvo características particulares: fue una movilización popular contra la presencia norteamericana en Irak. Trump acepta que es necesario responder y ordena el asesinato del general iraní. Es un acto de guerra contra otro Estado, por fuera de cualquier paraguas de la legalidad imperialista internacional. Es una brutal demostración de fuerza de la potencia imperialista que dirige el planeta.
Pero el asesinato en realidad muestra la debilidad de EE.UU. No, desde luego, desde el punto de vista militar, donde su supremacía es indiscutible, por lo menos en el mediano plazo. Se trata de la debilidad de su posición en el sistema de Estados configurado como superestructura del capitalismo mundial. Es una debilidad estructural, producto del avance de la descomposición imperialista, y está asimismo determinada por el peligroso resquebrajamiento del equilibrio de la posguerra. El ataque contra Soleimani no estaba inscripto en un plan de acción. Los hechos posteriores así lo demuestran. El parlamento iraquí votó una solicitud al primer ministro “encargado” (toda una definición) Adel Abdul Mahdi, que había renunciado a su cargo bajo presión de las movilizaciones populares en noviembre, para que dé curso a la salida de las tropas norteamericanas del país. La jefatura de las fuerzas yanquis en Irak respondió en una carta que iban a salir, pero pidió que esto se hiciera en orden. Luego el pentágono desacreditó a su mando “en el terreno”, negando cualquier iniciativa de retirada de tropas. Por supuesto, en última instancia esa retirada configuraría una contundente victoria para Irán y una tremenda derrota para EE.UU.
La debilidad de EE.UU. no contradice la propia debilidad del gobierno iraní. Obviamente, se trata de una semicolonia que no puede enfrentar al imperialismo en una guerra abierta. Pero esta debilidad también se inscribe en la situación de las sub-burguesías nacionales de las semicolonias en la crisis capitalista, presionadas por la agresividad imperialista, por un lado, y, por el otro, por movilizaciones de masas que en Irán se desataron con fuerza en el mes de noviembre, como parte de un proceso regional que también atraviesa al Líbano, Irak, y se da en simultáneo con los procesos de lucha de clases en América Latina, el Caribe, Hong Kong, África, Europa, etc.
El elemento de los procesos de masas es cualitativo para analizar el conflicto actual. Si nos retrotraemos a los procesos anteriores (2010-11) que se dieron en la región a partir del estallido económico de 2008, con la caída de varios dictadores que gobernaban con puño de hierro sus países (Ben Alí en Túnez, Gadafi en Libia, Mubarak en Egipto) podemos ver cómo esos procesos llevaron a varias salidas fallidas, desde el golpe militar en Egipto, hasta el semibonapartismo semidemocrático tunecino, donde se desarrolló lo más cercano a una experiencia democrático-burguesa. Pero lo que primó fue la descomposición de los Estados en su forma más brutal: la guerra civil en Siria y el surgimiento del ISIS, un verdadero anti-Estado. Esta descomposición cerró los caminos a los procesos de masas a partir de su cooptación por direcciones burguesas o pequeño burguesas contrarrevolucionarias. Una vez más, la crisis de dirección revolucionaria del proletariado se manifestó como crisis de la humanidad. La confusión de objetivos de la nueva generación de luchadores ante esta crisis de dirección determina lo tortuoso del proceso.
Ahora bien, el surgimiento del ISIS y la guerra civil Siria llevaron al imperialismo a pactar con viejos enemigos para tratar de poner coto a la amenaza de este engendro, que cuestionaba la idea misma de Estado nación, que es la forma de dominación de clase de la burguesía. Surgen así los frentes anti-ISIS y los compromisos con Rusia (e Irán) para contenerlo. En el medio, hay otros hechos muy importantes como el golpe de Estado fallido en Turquía y el desarrollo de las experiencias autonómicas en Kurdistán, sobre los que no abundaremos aquí. Es importante destacar que el actual estacionamiento de tropas yanquis en Irak se da bajo el pretexto de esta guerra contra el ISIS. En 2019, las fuerzas imperialistas anuncian el fin del ISIS. Pero con su derrota, ninguna de las contradicciones en la región han sido cerradas y así lo demuestra la actual escalada militar con Irán.
Mucho se ha hablado de este término para describir la política de Irán en la región en los últimos años. Superficialmente, se la describe como una política de guerra asimétrica entre un Estado militarmente débil y la principal potencia mundial, sólo considerando el terreno de la táctica. Vietnamización así entendida sería la utilización de la de guerra de guerrillas o enfrentamientos “proxy” (a través de terceros). Sin negar este elemento táctico, Soleimani era el general a cargo de un desafío más complejo: unificar a las diferentes facciones étnicas y religiosas de Irak y, más en general, de toda la región en el objetivo común de liberarla del “gran Satán” norteamericano. De hecho, esa es la línea oficial que Irán ha hecho pública a través de declaraciones del Ayatollah Jamenei. Se trata entonces de una política que apunta a dar un objetivo de liberación nacional a los movimientos en la región, conformando el llamado “frente de la resistencia”, que incluye a Irán, Siria, Hezbollah, Hamas y otros agrupamientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses. Esta política de Soleimani y su relativo éxito podría ser uno de los móviles más importantes de su asesinato, sobre todo teniendo en cuenta que el hecho inmediato que llevó al mismo fue la movilización contra la embajada yanqui en Bagdad, que obligó al gobierno de EE.UU. a evacuar a su personal diplomático. Ahora bien, la política del gobierno iraní no apunta a la liberación nacional de los pueblos de Medio Oriente, sino a fortalecer a su semi-Estado para mejor negociar con el imperialismo, utilizando como carne de cañón a las heroicas resistencias palestina e iraquí, y no dudando en apoyar a Al Asad, uno de los principales criminales de guerra de la región, sólo por detrás de Trump, Obama y los gobernantes israelíes. El regateo por el plan nuclear, mesa de negociación de la que Trump se retiró en mayo de 2018 pero donde permanecen el resto de las potencias, es buen ejemplo del carácter de clase y de la naturaleza contrarrevolucionaria de esta política.
El empantanamiento en Irak resuena a la situación en Vietnam, eso es real. Como decíamos anteriormente, aún con una administración Trump ansiosa por dejar atrás la ocupación, no puede ahora hacerlo, ni se vislumbra ninguna salida para retirarse sin que esto sea interpretado como una enorme derrota del imperialismo. Por eso ahora es posible que el conflicto actual continúe en escalada. Por el momento, la primera respuesta iraní consistió en el bombardeo, bastante medido aunque humillante para EE.UU., de 2 bases militares en Irak el 8/1. La réplica de Trump se ha limitado a minimizar los daños provocados por estos bombardeos y a anunciar nuevas sanciones económicas; mientras pide al resto de los países imperialistas un compromiso para aislar a Irán abandonando el acuerdo nuclear e imponiendo sanciones, y a la OTAN una intervención más activa en la región.
Mucho se ha hablado del frente interno en EE.UU. como acicate para el ataque. Hablamos de las consideraciones relativas al proceso de impeachment contra Trump y de las elecciones presidenciales. Aunque esto pueda pesar, los elementos estratégicos (o de debilidad de esta estrategia) creemos que son más importantes para desarrollar una caracterización de la posible nueva guerra del imperialismo norteamericano. Y acá sí existe un factor determinante del llamado frente interno, que es la imposibilidad del Estado imperialista de ganarse una base social sólida, donde debe tener un rol la aristocracia obrera, para lanzar una ofensiva militar a gran escala. Creemos que la conquista de semejante base social, que fue un objetivo de Trump, no ha sido concretada, como puede vislumbrarse en el desarrollo de una variedad de conflictos sindicales en la industria, los servicios y los sectores estatales, y como muestran también las movilizaciones contra una intervención en Irán que se llevaron adelante el fin de semana inmediato al asesinato de Soleimani en muchas ciudades estadounidenses. Por ahora las manifestaciones no son masivas, pero marcan la posibilidad de desarrollar la movilización contra una mayor intervención imperialista.
Otro factor importante son las consecuencias económicas de la guerra, que podrían acelerar una entrada en recesión de la economía mundial, la cual se viene pronosticando y, por ahora, se viene retrasando. La inestabilidad geopolítica ha hecho tambalear a los mercados financieros y de las commodities. Esta inestabilidad geopolítica se vuelve incertidumbre y la retirada de tropas de Irak de algunos aliados de la OTAN, la tibieza europea frente a los hechos e incluso las vacilaciones israelíes en relación al asesinato de Soleimani así lo indican. Si desde hace algún tiempo venimos ponderando las contradicciones de la política trumpista de implementar un cambio de rumbo en la política imperialista, hoy aparecen dudas sobre la posibilidad de un fracaso que lleve a que el resquebrajamiento del equilibrio de posguerra se convierta en una situación mundial mucho más caótica.
Irak está ocupado militarmente por EE.UU. desde hace 17 años. Palestina, desde 1948, por el engendro israelí que responde a las necesidades imperialistas de control sobre Medio Oriente. La expoliación imperialista de la región viene de larga data, pero la actual descomposición imperialista, agudizada por la crisis mundial, acelera la situación de descalabro del equilibrio del sistema de Estados y la descomposición del Estado-nación burgués. Frente a esto, no han faltado respuestas de las masas, que han salido de forma espontánea y con una gran confusión de objetivos, lo que permitió que direcciones contrarrevolucionarias hayan llevado los diferentes procesos nacionales a la encerrona. Pero el imperialismo no ha conseguido cerrar la crisis y, por lo tanto, los procesos vuelven a abrirse poniendo ante los revolucionarios el desafío central de intervenir decididamente en los mismos, para que las lecciones de los anteriores fracasos sirvan para desarrollar un programa de transición entre la actual descomposición capitalista y el futuro socialista de la humanidad. La centralidad de la clase obrera en estos procesos queda marcada por la necesidad de disputar la lucha contra el imperialismo a las direcciones nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas. Para ello, es necesario una política y una dirección internacionalista, planteando la unidad del proletariado de la región, centrado en los trabajadores del petróleo, con la clase obrera de los países imperialistas, centralmente de Estados Unidos. Por eso es necesario que los revolucionarios luchemos para que los sindicatos estadounidenses y europeos declaren la paralización de la maquinaria militar imperialista, ocupando las plantas y bloqueando el abastecimiento de las tropas estacionadas en la región y de Israel. En los países de Latinoamérica, además de desarrollar la movilización en las calles y denunciar la complicidad de los Fernández, los Bolsonaro, los Piñera y demás cipayos, debemos proponernos paralizar las empresas imperialistas contra la intervención militar en Medio Oriente, lucha que está entrelazada con la lucha contra las reformas fondomonetaristas que esos mismo gobiernos pretenden aplicar en nuestra región. Tenemos que desarrollar la organización y la lucha para que se vayan todas las tropas imperialistas de Medio Oriente y demás países semicoloniales. Por la derrota militar de EE.UU. en Irak e Irán. Por la destrucción de Israel. Por una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente. Por la reconstrucción de la IV Internacional.