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Por Orlando Landuci

A más de un año de las presidenciales, EEUU ya está en campaña electoral. El bando republicano, con Donald Trump a la cabeza, lleva como estandarte las cifras de la bonanza económica sostenidas los últimos 3 años. Los demócratas, por su parte, impulsan el juicio político al presidente por el escándalo de la conexión ucraniana para intentar debilitarlo. Mientras, los constantes ataques de Trump contra el jefe de la Reserva Federal (FED), el Banco Central norteamericano, Jerome Powell, dejan vislumbrar los temores que genera en la administración y en el conjunto de la clase capitalista la sombría perspectiva de una probable caída en recesión.

Indicios

Si bien los economistas y analistas no se ponen del todo de acuerdo, hay síntomas claros de un frenazo en la economía norteamericana. En primer lugar, están los números del crecimiento de la economía mundial, que desde la crisis de 2008 no ha logrado recuperarse y puede caracterizarse como un estancamiento. La caída de las cifras del comercio exterior mundial y la entrada en recesión de Alemania, así como un debilitamiento sostenido de la economía China, la incertidumbre de los efectos estructurales del Brexit y la última escalada del precio del petróleo a partir del bombardeo de las principales refinerías sauditas, muestran un agravamiento de las presiones externas sobre la economía yanqui.

En las principales estadísticas, la economía de EEUU sigue mostrando buena salud, con una baja tasa de desempleo y 124 meses consecutivos de crecimiento económico. No obstante, algunas cifras preocupan. Siguiendo el índice PMI elaborado por el “Institute for Supply Management”, este agosto, por primera vez en 3 años, la actividad de la industria manufacturera se contrajo, luego de 4 meses de desaceleración de su crecimiento. Las exportaciones industriales también muestran una caída en los últimos meses, al igual que la confianza empresaria. Otro dato que preocupa es la reversión de curvas de tasas de interés, que significa que la tasa de los bonos que paga el Tesoro a 10 años se vuelve mayor a la tasa que retribuyen los mismo bonos a 2 años. Sin que exista una explicación económica sólida, los econometristas han determinado que este fenómeno guarda una correlación con el inicio de una recesión en el corto plazo. Tal es el temor a esto que los principales bancos centrales imperialistas han comenzado a revertir su política de suba de tasas de interés, las que estaban extraordinariamente bajas luego de la aplicación de la “relajación cuantitativa” (QE), es decir, emisión monetaria a mansalva, aplicada para capear los elementos más catastróficos de la recesión de 2008. La ofensiva retórica de Trump contra la conducción de la FED parte de la idea de que una nueva QE, esta vez preventiva, es necesaria.

EEUU y el mundo

Como hemos escrito en otros materiales, Trump ha encarado una nueva orientación para el imperialismo norteamericano proponiéndose dar cuenta de la crisis del equilibrio en el sistema de Estados establecido a la salida de la II Guerra Mundial. Su política, centrada en atacar las instituciones imperialistas de la posguerra, ha sido coherente, pero no ha logrado aún mostrar lo que algunos llaman un nuevo orden. Actualmente, la Guerra Comercial es el principal instrumento para encarar la tarea de la asimilación imperialista de los ex Estados obreros, Rusia y sobre todo China. Esta política, que ha afectado sin duda a China, sin embargo, también ha generado problemas al interior de EEUU, produciendo divisiones entre los diferentes sectores burgueses, que se ven beneficiados o muy perjudicados (exportadores agrícolas, industrias basadas comodities importados) por la suba de aranceles. Por lo pronto, las negociaciones con China continúan, sin llegar al acuerdo que sería el resultado de una guerra que ha demostrado ser no tan fácil de ganar como había anunciado el presidente. En Medio Oriente, la ruptura del acuerdo nuclear con Irán y la presión sobre los países europeos para que también lo abandonen ha generado aún más inestabilidad. Trump apuesta todo al papel de gendarme de Israel, aunque las consecuencias de esta inestabilidad se hacen notar a cada paso, la última con el bombardeo con drones de las refinerías de Arabia Saudita que han llevado al parate del 50% de la producción del 1º exportador de crudo del mundo y a la escalada de los precios de la materia prima número uno utilizada para hacer funcionar la maquinaria industrial de los países imperialistas. Al momento de escribir esta nota, EEUU evaluaba un ataque militar sobre Irán como represalia a la supuesta autoría del bombardeo, lo que pone a las fuerzas revolucionarias y a la vanguardia de la clase obrera en guardia para enfrentar esta nueva ofensiva del imperialismo y declararnos por su derrota en el campo militar si decide adentrarse en una nueva guerra contra los pueblos oprimidos de Medio Oriente.

Antes de los hechos en Arabia Saudita, Trump había despedido a su asesor de seguridad nacional, Bolton, por diferencias. Una de las más importantes fue el fracaso de la “operación Guaidó” en Venezuela, armado por Bolton como una transición más o menos rápida para salir del gobierno de Maduro. Ahora Guaidó es acusado de tener relaciones con narcos colombianos y Trump busca una negociación directa con Maduro. En términos generales, podemos hablar de complicaciones importantes en la ofensiva del imperialismo sobre América Latina, donde las reformas estructurales que deben imponer los gobiernos cipayos se están viendo frenadas por movilizaciones obreras y del pueblo oprimido. El caso de Brasil y la debilidad del gobierno Bolsonaro para aplicar las reformas y recuperar el crecimiento económico es resonante. Pero un fracaso aún más fulgurante es el de la apuesta, de miles de millones de dólares del FMI, por la transición macrista en Argentina. La influencia de Trump para que el FMI se embarcara en el préstamo de rescate más grande de su historia muestra hoy un futuro incierto.

El mayor desafío

Trump pretende evitar ser, como G. W. Bush, “el gobierno de la recesión”, más teniendo en cuenta que apuesta todas sus fichas electorales a la economía. La contradicción de esta dirección imperialista es que la única herramienta con que cuentan para imponer su salida es el propio Estado burgués, basado en un territorio nacional y por lo tanto en franca contradicción con el carácter internacional de las fuerzas productivas. La orientación trumpista para intentar revertir el deterioro del a hegemonía imperialista de EEUU es coherente, pero se choca con los elementos históricos de la crisis estructural de la descomposición imperialista. Va a ser muy difícil que el paquete de medidas estatales para intentar sortear la recesión (aranceles, TLCs con terceros países, baja de tasas de interés menores al 0%) sea capaz de contrapesar las tendencias profundas de la economía capitalista como entidad mundial.

Pero el mayor desafío sólo comienza a desarrollarse en el terreno de la producción misma, con la salida a la lucha de trabajadores de diferentes ramas, trabajadores que no ven la bonanza económica de las estadísticas reflejadas en sus condiciones de vida. Algunos hablan de una verdadera agitación laboral en los últimos años, con ejemplos como las huelgas de Verizon (telefónicos), de los 8.000 trabajadores de Marriot (hoteleros) del año pasado, de los 31.000 trabajadores de supermercados del noreste a principios de 2019, las grandes huelgas de docentes en varios estados de 2018. En total, casi medio millón de trabajadores participaron de huelgas y paralizaciones el año pasado, llegando a un récord desde 1986.

Al escribir esta nota, 50.000 trabajadores de General Motors (GM) afiliados al poderoso sindicato UAW salen a la huelga por las negociaciones paritarias cuatrianuales. Según Credit Suisse, las pérdidas de GM por el paro podrían ascender a U$S 50 millones diarios. Los teamsters (camioneros) han decretado la solidaridad definiendo no cruzar las líneas de piquetes de los trabajadores que bloquean las plantas de GM. Esto ha llevado al lock out en una de las plantas de la empresa en Ontario y posibles problemas en la producción de otras plantas GM en Canadá y México.

¿Qué reclaman los obreros de GM? Si bien la burocracia sindical de la UAW evita informar los pormenores de las negociaciones con la patronal y presentar un pliego concreto de demandas para el conocimiento de la base, diferentes entrevistas en las líneas de piquete revelan el contenido general de lo que los trabajadores esperar conquistar con este paro: recuperar lo perdido con las concesiones que UAW le hizo a la patronal frente a la gran recesión de 2008. Esto es, eliminar la doble escala salarial, efectivizar a los trabajadores temporarios y tercerizados, además de aumento salarial y de beneficios en el programa de salud. Eso, y hacer retroceder a GM en su plan de reestructuración que implica el cierre de 4 plantas en EEUU, plan que muestra la falsedad del discurso de Trump sobre la repatriación de fábricas a partir de su política exterior. GM viene de 3 años de enormes ganancias, basadas en la flexibilización laboral introducida entre 2007 y 2008, flexibilización que los trabajadores toman como excepcional pero que la burguesía considera permanente en su búsqueda de establecer una nueva relación entre capital y trabajo. El choque está planteado, así como la evidente centralidad de los sindicatos es su relación con la producción. Se plantea una “lucha por los sindicatos”, donde las promesas de Donald Trump se desdibujan, mientras las nuevas corrientes como el Socialismo Democrático, buscan ganar influencia para llevar al proletariado detrás de un programa burgués encarnado en el Partido Demócrata. La lucha por recuperar los sindicatos a partir de un programa transicional y una dirección revolucionaria tiene un terreno fértil en la actual situación. Los esfuerzos de quienes ponemos todo el empeño en la reconstrucción de la IV Internacional y su sección norteamericana estarán orientados hacia allí en el próximo período.

 

 

Publicado en Internacionales

 

Por Orlando Landuci

El 1 de octubre de este año se cumple el 70º aniversario de la revolución China. Mientras la burocracia estatal restauracionista del Partido Comunista Chino (PCC) prepara ostentosos festejos, el camino del país a la plena asimilación capitalista choca con las contradicciones determinadas por la descomposición del imperialismo mundial.   

Esquemáticamente, podemos establecer la actual fase de la asimilación de China a partir de la política implemetada por el PCC para responder a la crisis mundial de 2008, que se yuxtapone con el inicio del gobierno del actual mandatario, Xi Jinping. El crecimiento Chino hasta ese momento se apoyaba en un rebosante mercado mundial que tiraba de un crecimiento excepcional de la industria del país basado en las exportaciones. A la base de esto se encontraban las altas tasas de explotación del moderno proletariado chino, nacido más de las reformas capitalistas introducidas por la burocracia restauradora comandada por Deng Xiaoping a fines de los ‘70 que de la revolución, así como de altísimas tasas de inversión de capital, centralmente inversión extranjera directa (IED) de las empresas imperialistas, con las yanquis a la cabeza. El crack económico de 2008 llevó a la crisis de esta relación de China con el mercado mundial y en general de su status en el sistema de Estados. El PCC adoptó entonces un giro hacia una política de aumento del consumo interno para evitar (más bien atenuar) la crisis industrial generada por la caída de las exportaciones, aprovechando una serie de instrumentos económicos aún en manos del Estado, como el mayor control sobre el sistema financiero.

Llegado este punto, es necesario establecer el carácter de este Estado. No podemos más que utilizar la dialéctica y el concepto de transición, ya que sin entender las transiciones sólo podríamos encasillar la realidad en un esquema estático, o en la idea de “modelos” tan cara a la ideología burguesa, tanto en sus ramas académicas económica como sociológica. El ex Estado Obrero chino se encuentra en una transición hacia la plena asimilación al sistema imperialista. Pero no desde el “comunismo” sino desde las conquistas de una revolución que quedó encerrada en las fronteras nacionales y encorsetada en la pelea entre dos sistemas de la posguerra, donde el papel contrarrevolucionario de la burocracia stalinista de la URSS tuvo mucho que ver. Esta revolución conquistó la unidad territorial de la nación oprimida contra el desmembramiento secular a la que la sometía el imperialismo (europeo, más tarde japonés). Sin embargo, la revolución del ‘49 estuvo dirigida por una dirección pequeñoburguesa, que se vio obligada a expropiar a la burguesía por la dinámica de la lucha de clases mundial no siendo este su programa, estableciéndose una transición al socialismo trunca desde su propio inicio. El Estado Obrero degenerado que se creó no avanzó ni un milímetro en el programa proletario comunista de su propia extinción, constituyéndose a su cabeza una burocracia contrarrevolucionaria centralizada en el PCC que años después avanzaría en la restauración capitalista en estrecha alianza con el imperialismo norteamericano.

Sin embargo, lejos de los planteos que hacen varios intelectuales y corrientes de izquierda sólo basados en estadísticas burguesas, China no se ha convertido en un rival imperialista de EEUU. Ciertamente, ese es el objetivo de Xi y el PCC, pero para ello el país debería completar su asimilación, liquidando los resabios del control estatal sobre las palancas de la producción y recreando una clase capitalista plenamente independiente del imperialismo, con un control como clase de las principales ramas industriales y sobre todo del sistema financiero. Esto se ha demostrado, por ahora, en algo muy alejado de la realidad. Las empresas Chinas, cuyos nombres han aparecido con fuerza en la prensa en los últimos años, ni siquiera controlan el mercado de las principales ramas dentro del mercado Chino. En cuanto a las exportaciones industriales, las empresas privadas de capital “nacional” representan apenas un 10% del total, y las estatales una proporción incluso menor (datos de 2017), mientras las empresas con participación extranjera, ya sea de propiedad extranjera o “joint-ventures”, acaparan un 85-86% de la torta. Podemos decir que en el camino de la asimilación, China está más cerca de convertirse en una semicolonia, aunque ese proceso también implica fenomenales contradicciones. Y esto sobre todo en el enfrentamiento con el que se ha convertido en uno de los proletariados industriales más numerosos y concentrados del planeta. En cualquier caso, a donde va China se determinará en la arena de la lucha de clases mundial.

Fuga hacia adelante

Volviendo a la política del PCC y de Xi para dar respuesta a la crisis de 2008, el reemplazo del crecimiento basado en las exportaciones por una política centrada en el mercado interno se dio en paralelo a una escalada sideral de la deuda, que trepaba a un 260% del PBI en 2016 y alcanzaba 328% del PIB el año pasado. Por otro lado, China tienen vedado el mercado de exportación de capitales por lo cual el PCC ideó una política de acuerdos de infraestructura con otros estados para poder dar una vía de escape a la acumulación excesiva de capital dentro de sus fronteras a partir de la “Iniciativa del cinturón y la ruta de la seda”, o nueva ruta de la seda, con el objetivo de unir las cadenas de abastecimiento y producción del país en una línea que atraviesa Asia hasta llegar a Europa. Nótese que es un proyecto muy ambicioso pero que no puede encararse como las típicas adquisiciones y fusiones a que nos tienen acostumbradas las empresas imperialistas en los años pos 2008, con ejemplos resonantes como la fusión FIAT-Chrysler, o la ultramonopolización de la producción aerocomercial con las compras de Embraer por Boeing y de Bombardier por Airbus. La ruta de la seda implica acuerdo entre el Estado chino y otros Estados extranjeros, necesariamente. Esta política ha implicado una intervención más activa de China en la diplomacia mundial, y también mayores apuestas en el plano militar. Y también ha significado una caída progresiva, año a año, de las tasas de crecimiento, hasta llegar a un 6,2% del PBI calculado por el FMI para este año. Esto último debe comprenderse en el cuadro de estancamiento de la economía mundial de conjunto, por un lado, y por el otro por la intervención activa del imperialismo en la disputa abierta por definir el futuro de China, cuyo último acto es la guerra comercial lanzada por Trump. Las últimas medidas adoptadas por el PCC ante estos desafíos van en el sentido de un mayor control burocrático-estatal sobre las empresas privadas, con la designación de 100 funcionarios para integrarse a los directorios de las empresas tecnológicas de la ciudad de Hangzhou, incluyendo a gigantes como Ali Babá, el fabricante de bebidas Wahaha y la automotriz Hangzhou Wahaha Group Co.

Guerra Comercial

La ofensiva norteamericana sobre China ha sido materializada en la aplicación de aranceles aduaneros a un enorme número de mercancías chinas. La última tanda de los mismos, aplicada por la administración Trump a partir del 1/9/19, afecta exportaciones chinas por un total de U$S 300.000 millones. Los efectos de este enfrentamiento, iniciado en 2018, incluso han llevado al comienzo de la retirada de algunas empresas norteamericanas del territorio del país asiático, no hacia EEUU como prometiera Trump, sino a otros países de la región con salarios aún más bajos (aunque con peor infraestructura y organización de la producción que China). La guerra comercial amenaza incluso en convertirse en una guerra de monedas, como demostró Beijín a mediados de agosto con una leve devaluación del Yuan-Renminbi, aunque por el momento las autoridades del PCC se mantienen en una postura negociadora. De hecho, la presión imperialista para que China controle el nivel de endeudamiento y se abstenga de manipular la tasa de cambio de las divisas viene surtiendo efecto.

Hasta el final, el gobierno norteamericano tiene como objetivo la completa asimilación de China incorporándola al sistema de estado como una semicolonia. Reclama para ello que el país se incorpore al capitalismo aceptando su participación en la competencia del mercado mundial, pero bajo las leyes del capital, es decir, con la plena vigencia de la ley del valor. Ataca el peso en el control del sistema financiero por el Estado, es decir, pretende el control del mismo por los bancos imperialistas. Pero existe un enorme límite a estas pretensiones, límite que comparte también el programa de la burguesía China que busca la restauración capitalista utilizando las palancas del Estado para poder convertirse en una clase independiente. Este límite es la descomposición imperialista del sistema capitalista mundial como sistema de relaciones sociales, que se expresa cabalmente en las enormes dificultades que existen para la asimilación no sólo de China, sino también de Rusia.

El desafío de Hong Kong

Estos límites pueden constatase en las contradicciones que se expresan en la lucha de clases, porque se trata de límites concretos, imposibles de seccionar como mera “economía”. Actualmente, el desafío que están representando las manifestaciones en Hong Kong que llevan más de 3 meses contra la autoridad de la gobernadora Carrie Lam y el gobierno central, nos presentan en toda su complejidad y por caminos laberínticos el problema de la asimilación. Por una parte, los manifestantes desafían la imposición de la mano de hierro del PCC en una ciudad que tiene una tradición de gobierno autónomo, bajo las reglas capitalistas de una colonia británica. Por otra parte, es claro que la división del territorio Chino en regiones independientes, no sólo hablando de Hong Kong y Macao sino de las provincias interiores y otros cantones costeros, es claramente el destino más probable de la reversión de la principal conquista de la revolución de 1949, la unidad territorial de China. La izquierda y lo que queda del trotskismo de posguerra, frente a estas contradicciones, hecha mano de la teoría de los campos, apoyando en general a las masas movilizadas sin importar la peligrosidad del programa independentista que presenta su dirección. O en otros casos, apoyando el aplastamiento físico de los manifestantes en defensa de un supuesto “Estado Obrero” que en los hechos está dirigido por un cartel capitalista bajo el título de Partido Comunista hacia la restauración capitalista en base a la represión no sólo del movimiento en Hong Kong sino también de las expresiones sindicales que se vienen organizando los últimos años en las fábricas y otros lugares de trabajo contra las condiciones laborales paupérrimas y los bajos salarios. 

Revolución permanente

La tarea de los revolucionarios en China y Hong Kong pasa por levantar una pelea política por un programa de independencia de clase en el seno de la vanguardia que lucha contra las consecuencias de reversión social histórica que implica la restauración capitalista. El proletariado continental tiene la centralidad en este proceso, teniendo en claro que tal lucha revolucionaria es una lucha contra el imperialismo, y al mismo tiempo contra los restauradores del PCC. Por supuesto que es inimaginable una revolución sólo en los límites de Hong Kong, pero las movilizaciones en esa ciudad, bajo una dirección proletaria, sí podrían cumplir un rol importante llamando a los trabajadores de China continental a enfrentar al Estado con los métodos de la clase obrera y con un programa de transición para enfrentar a nuestros enemigos de clase en la disputa por los destinos del país. A donde va China no necesariamente debe estar determinado por el programa del imperialismo o por las intenciones del PCC. El proletariado, dirigido por un partido revolucionario armado con la teoría programa de la revolución permanente, tiene que imponer su propia salida, que es la de la revolución socialista y la conquista de la dictadura del proletariado y su extensión internacional. Apostamos a la reconstrucción de la IV internacional, cuya sección china está llamada a cumplir estas enormes tareas.

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